Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Sandías

17/06/2021

Tiempo de sandías, y otras cucurbitáceas, floreciendo en los huertos. Plantas enredaderas postradas, pilosas y ásperas, con zarcillos, hojas pinnadas lobuladas, grandes flores femeninas y masculinas diferenciadas del blanco al amarillo y fruto pepónide carnoso, jugoso y dulce que se cosecharan en verano. Pocos quedan que sepan distinguir si el fruto cortado está o no maduro por el sonido apagado que devuelve el golpear de los dedos sobre su corteza y por las tonalidades de la zona que ha estado en contacto con la tierra durante su crecimiento -si verde amarillento no será muy dulce, si amarillo limón en sazón y si amarillo anaranjado probablemente pasado-  y pocos, desde que nos refugiamos en las ciudades, conoce de su interesante cultivo.
La sandía que ahora llega a nuestra mesa es el resultado de la intervención del hombre, seleccionando y cruzando variedades a lo largo de cientos de años según su gusto y necesidades. Que ahora son más grandes, más rojas con mayor concentración del carotenoide licopeno o con la pulpa más consistente, nos lo demuestra el romano Giovani Stanchi del XVII en su pintura ‘Sandías, melocotones, peras y otras frutas en un paisaje’. Sus prodigiosas sandías pequeñas, blanquecinas, huecas y con grandes semillas negras poco tienen que ver con las hermosas y relucientes sandías de Frida Kahlo y Rufino Tamayo.
La sandía sin semillas, tan demandada ahora en el mercado, también es resultado del cruzamiento genético con la hibridación de dos plantas, una sandía tetraploide y otra diploide, cuyo juego de cromosomas no son compatibles. El híbrido triploide que se obtiene no produce polen ni ovocélulas viables, por lo que no se fecunda la flor femenina y el crecimiento del fruto no fertilizado, sin semillas, se induce por polinización desde una planta diploide.
La polinización de la sandía es fundamentalmente entomófila y de las abejas depende casi el 90% del rendimiento del cultivo porque, para que el fruto se desarrolle, las abejas deben visitar la flor femenina las veces necesarias para depositar entre 500 y 1.000 granos de polen que transportan en su denso pelaje. Muchas otras plantas, alrededor de un tercio de las que consume el ser humano, requieren de los insectos polinizadores afectados por el fenómeno de mortalidad masiva conocido como ‘síndrome de despoblamiento de colmenas’ y asociado a residuos de plaguicidas, patógenos parásitos, cambios en el uso del suelo y a la desaparición de sus hábitats. La pérdida de polinizadores, por tanto, no solo es un serio problema para la conservación de los ecosistemas y el mantenimiento de la biodiversidad, sino también para la provisión de alimentos.
La sandía más exquisita que he probado es, sin duda, la ‘Sandía de Velada’, aunque no he conseguido dar con quien me explique las razones por las que no se ampara bajo una Indicación Geográfica Protegida. Su nombre, reconocido por muchos, la identifica con su origen y el medio geográfico donde se cultiva, el Baldío de Velada, junto con la sabiduría de sus gentes, seguro que es responsable de sus extraordinarias características y su enorme tamaño.