Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Regeneracionismo

21/10/2020

A finales del siglo XIX, y, sobre todo, a raíz del Desastre de 1898, la gran cuestión que se debatió en España fue la de la necesidad de una profunda regeneración de la vida nacional. Acaudillados por Joaquín Costa, los regeneracionistas criticaron con dolor los males del país, analizaron las causas de su decadencia y, con un programa que podría resumirse en el lema ‘escuela y despensa’, defendieron la necesidad de una radical transformación que sacara de su postración a una ‘nación sin pulso’, como la describía Francisco Silvela, dejando de ser ese ‘rebaño’ que lamentaba Macías Picavea. Todos coincidían en que la responsabilidad máxima de la situación correspondía a la clase política que gobernaba el país.
Este 2020 nos está ofreciendo de nuevo un panorama desolador. La Covid-19 ha irrumpido como un cisne negro que ha trastocado todo. Nos encontramos, junto al drama de los miles de muertos (¿sabremos algún día su número real?) y de los enfermos, la profunda crisis económica, el desgarro social, la inestabilidad institucional. Ha sido una tragedia inesperada, pero más allá de esto, como en 1898, hay que hacer, como ciudadanía madura, una fuerte crítica a una clase política que ha demostrado una terrible ineficacia, una cortedad de miras desoladora, un cortoplacismo mezquino, un partidismo que ha dilapidado los esfuerzos heroicos de tantas personas que se han dejado la piel, y en ocasiones la vida, luchando contra la enfermedad.
Por ello quizá ha llegado el momento de plantearnos, como mayor problema y fuente de muchos otros, la necesidad de una profunda y verdadera renovación y regeneración de nuestra clase política y de los modos como se accede a la misma. Mientras los cuadros de los partidos se nutran de las diversas juventudes que, sin mayor oficio ni beneficio, con una formación escasa o nula, van trepando, a base de obsequiosidad con los de arriba, esperando recibir pronto un cargo con el que iniciar una carrera que acabará con la jubilación dorada, no mejoraremos. Hay que trabajar para que a la vida pública puedan acceder todo tipo de ciudadanos, independientemente de su situación económica, bien preparados, que quieran dedicar unos años de su existencia al servicio de la ciudadanía, no a servirse de ella; que deseen trabajar por el bien común de la sociedad; que, desde las diversas opciones políticas, entiendan que éstas no se pueden convertir en excluyentes de los que opinen distinto. Políticos que, cuando concluyan esa etapa, puedan volver a desempeñar un puesto en la sociedad, sin necesidad de recurrir a ‘puertas giratorias’. Políticos que sean auténticos estadistas, que miren al futuro y no a las próximas elecciones; que no estén pendientes de las encuestas, sino de lo que es necesario para el país; que se preocupen de la realidad y no del relato, de la nación y no del partido.
¿Utopía? Probablemente. Pero el futuro de nuestra democracia depende de esta urgente e imprescindible regeneración.