Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Mi madre

11/05/2021

Haría falta un año que tuviese 709 días para poder celebrar con el debido señalamiento y una a una todas las nominaciones que marca el calendario, por lo que una fecha tan importante como el día de la Madre hemos tenido que compartirla con el día del Atún y el día de la Risa.
Ser madre es un hecho fundacional muy enraizado en el mundo de los instintos, como si la naturaleza para perpetuar la especie hubiese puesto unos mecanismos por los que el hombre tuviera que cumplir forzosamente una misión al margen de cualquier cálculo razonable.
El varón y la mujer se sienten mutuamente atraídos hacia el abrazo (esa tendencia sexual básica del ‘amplexo’) y para ambientarlo se monta entre ambos una ficción creativa que es la del amor. Durante el embarazo, la hembra es engañada por la naturaleza haciéndola sentir que quien va a nacer forma parte de su propio cuerpo, siendo por ello capaz de defenderlo en todo momento y aun al precio de su propia vida.
La madre, como el dios del cielo, son recursos de primera necesidad por estar anclados en la psique, por lo que la exclamación de asombro o socorro son ‘¡Madre mía!’ o ‘¡Dios mío!’, ese ‘OMG!’ presente en todas las catástrofes que suceden en inglés.
El hijo siente una dependencia de su madre pero que se irá invirtiendo hasta llegar a ser menor que la de la madre hacia él. La madre nunca deja de serlo, mientras que la naturaleza se encarga de ir debilitando la filiación para que el niño atienda a su desarrollo libre. Cuando con ceño político se debatía en España si los hijos pertenecían a los padres o a la sociedad, yo recordaba con el filósofo anarquista Mijail Bakunin que «no pertenecen sino a la libertad que tendrán en el futuro».
La madre siempre es madre y está de servicio las 24 horas, mientras que el hijo es hijo a tiempo parcial y a media distancia. Por esa desproporción de amor y de entrega, cuando la madre muere sentimos el vacío culpable de no haber sabido atenderla, de no haberle dicho tantas cosas que las prisas nos han impedido y no haber sido capaces de escucharla, ni de preguntarle lo que guardaba su sabiduría de años dejando que con ella muriera también la memoria de la casa.
Es saludable este Día de la Madre para que recordemos a la que es la nuestra. No nos interesa otra sino de modo reflejo. A diferencia del clima o del reciclaje, lo que celebramos es un sentimiento muy personal, por lo que este artículo no se llama La madre sino Mi madre.
En un foro social de internet he colgado un retrato de mi madre, animado por otros amigos que también lo han hecho con la suya. Lo hice con el propósito de saldar en público lo que era una deuda íntima, de rendirle un homenaje delante de muchos para hacerme perdonar mi desatención privada. Ella me tuvo en mucho más de lo que yo era y me amó más de lo que yo merecía. Y se marchó en silencio cuando supo que ya no era de aquí.
Estoy hablando de la mía, para que quienes me lean piensen concretamente en la suya, esa madre que nunca pudo ni quiso dejar de serlo y desde algún lugar misterioso sigue siéndolo.