Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Morir habemus…

28/04/2021

Se nos murió Pedro Tenorio. La mañana es de plomo, pesada, fría y gris, con los vencejos muy altos en el cielo. Rebusco sus libros en las estanterías y aparece el primero: «Muertos para una exposición», al abrirlo me topo con la dedicatoria: «Para Ángel, compañero, una mañana diáfana de noviembre, en la que la tierra espera y el curso también espera, siempre, siempre».
Conocí a Pedro en el Instituto Alonso de Herrera de Talavera. Eran aún tiempos de risas fáciles, de días infinitos, de pasiones eternas, de sueños por realizar, la tierra esperaba… Esa dedicatoria la escribió mientras tomábamos café en una esquina de la barra de la cafetería del centro después de hacer la ronda por los pasillos de una guardia tranquila. Tuvimos buena sintonía desde el principio. Pedro era un hombre de trato exquisito, de formas y de fondo. Hablar pausado y reposado, siempre mirándote a los ojos, paciente en la escucha, discreto en las preguntas y atinado en los juicios, un cuerpo grande, un punto desgarbado al andar, envuelto en un halo de ternura.
En una de nuestras primeras conversaciones salió a relucir la coincidencia de su nombre y apellido con el arzobispo Tenorio, él lanzó la broma de que eran parientes por vía ilegítima y yo le hablé por lo menudo de su relación con Toro y Zamora, él se sorprendió de que supiera tanto del religioso y aproveché para meter mi chanza:
-Es que soy jerónimo exclaustrado - aseveré con seriedad. - Me lo tuve que aprender en el convento. Pero no comentes nada, por favor.
Quedó descolocado, pero yo seguí con la zumba, en la que me ayudó Javier Hernández, un profesor muy serio de Salamanca, al que pedí ayuda. En su bonhomía, Pedro quedó medio convencido. Pero en la siguiente guardia en que coincidimos me miró muy fijo y me soltó un «no me jodas…» cuasi lastimero. No pude evitar la carcajada, le di un abrazo y le pedí disculpas.
Por joder, a la mañana siguiente, al entrar en la sala de profesores, lo saludé juntando las manos, inclinando la cabeza y a la manera de los cartujos:
-Padre Tenorio, morir habemus…
A lo que Pedro, muy serio, respondió con una bendición y el consabido «hermano, ya lo sabemos».
Desde ese día, todos estos años, todas, absolutamente todas y cada una de las veces que nos hemos encontrado y en el sitio que nos hayamos encontrado, con público o sin público, hemos escenificado esa misma ceremonia.
Que la tierra te sea leve, compañero.