Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Bambi y la berrea

19/10/2021

Walt Disney debería haber viajado a Los Montes de Toledo en otoño. De haberlo hecho, habríamos admirado a su Bambi en plena madurez, y no solamente en plan cervatillo, mientras jugaba con sus amigos Flor y Tambor.
Pero no hay que perder la esperanza. Quizá, los productores e ingenieros de la factoría, tengan pensado ya una tercera parte con la historia del ciervo en edad adulta (hubo un Bambi 2).
Intentemos aportar algunas ideas. Lo primero, los exteriores. Localidades toledanas hay muchas idóneas. Pero, sin duda, Cabañeros sería el sitio. Los actores, directores o demás staff del film, podrían dormir en Los Quintos de Mora, tal y como hizo un presidente estadounidense hace años. Y luego comer venao en Los Yébenes. En Casa Apelio, por ejemplo.
Ahora vendría lo más complicado: explicar a los animadores lo que es una berrea y por qué los cervatillos, de mayores, se ponen así de tontorrones en estas fechas. Sería bueno investigar qué hacen los renos en Alaska, en los momentos previos al apareamiento. Buscar sinergias, como se dice ahora, y contárselo a los de Disney. De conseguirlo, se llevaría con los americanos mucho ganado (el participio viene genial).
Lo más sencillo sería llevarlos en unos jeeps a Cabañeros, de madrugada, para escuchar la berrea. Un bramido que podía explicarse de una manera muy soez y vulgar, pero no es el caso. De una forma aséptica, la berrea sería un bramido único, profundo y gutural que el ciervo emite con fuerza para reclamar sexualmente a la hembra cuando se inicia su periodo de celo.
En la elaboración de esta columna, se han buscado más fuentes zoológicas para definir el término berrea. La que va a leer usted a continuación no es la mejor ni la peor, pero coincidirá en su desgarrador lirismo. Dice así: «roncos berridos reclamando el favor de las hembras para poder perpetuar la especie a través de la selección natural que se realiza en todo este proceso, y que permite que los más fuertes sean quienes transmitan su genética a futuras generaciones». Literal.
Cualesquiera de las definiciones encontradas podrían entenderse, actualmente, como un anatema social, ya que los tiempos aconsejan ser precavido a la hora de hablar del mundo animal, y de sus hábitos de reproducción. Es imposible olvidar la que se organizó hace unos meses con aquellas señoritas que defendían a las gallinas ante la violencia sexual de los pollos.
Volviendo a Bambi. Por muy entrañable que fuera de cervatillo, el animalito también tiene derecho a crecer y a que lo veamos en pantalla y en colectividad.  Eso mismo ocurrió, salvando las distancias con el hábitat zoológico, con el protagonista del Show de Truman. O, incluso, con el pequeño Anakin Skywalker, hasta que fue Darth Wader.
La afición, la audiencia, o los espectadores, merecen escuchar y ver cómo sería un Bambi crecidito y berreado. Tendría una cuerna perfectamente desarrollada, bien alimentado y con más de 150 kilos.
Del supuesto apareamiento posterior a la berrea, ya se encargará alguien de decidir si lo podemos, o no, contemplar en las pantallas. Lo real, a veces, no existe o no debe existir. Es importante esconderlo y ofrecer al público otra realidad, aunque sea naif, para no sufrir. Nadie se merece pasar un mal trago.
De cara a unas elecciones, debe resultar más ventajoso ofrecer historias idílicas y coloreadas. Por eso hay quien prefiere que sigamos viendo a Bambi.

ARCHIVADO EN: Ingenieros, Mora, Toledo, Alaska