Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Carne cultivada

08/04/2021

Aunque no toda la comunidad científica está de acuerdo en calificarla de era geológica que sucedería al Holoceno del actual periodo Cuaternario, se emplea el término Antropoceno para designar la época en la que la actividad humana ha empezado a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial. Todos conocemos que, fundamentalmente, la repercusión de la acción del hombre se debe a la rápida acumulación de los gases de efecto invernadero que calientan el planeta y al daño irreversible sobre los ecosistemas de la sobreexplotación de los recursos naturales.
Obviamente, no todos los productos o servicios que generamos tienen el mismo potencial impacto ambiental. Una de las formas de conocerlo es analizarlo sistematizadamente a lo largo de todas las fases de su ciclo de vida. Es decir, durante su producción, distribución, uso y destino final. Este método se conoce como Life Cycle Assesment (LCA).
La ganadería, como otros procesos económicos, está asociada a emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y al uso de los recursos naturales que contribuyen al cambio climático antropogénico. Directamente, los animales emiten metano procedente de la fermentación entérica, especialmente los rumiantes, y óxido nitroso de estiércoles y purines e indirectamente emiten dióxido de carbono por los fertilizantes, maquinaria o transporte que requieren. Razones por la que la carne, en particular la de vacuno, está entre los alimentos con mayores emisiones por unidad de producto.
A partir de aquí las comparaciones con otros alimentos de origen vegetal pueden ponderarse haciendo referencia a una dieta variada y equilibrada que incluye productos animales, al margen de razones éticas o culturales, en la que cada alimento aporta los nutrientes necesarios para una población mundial que sigue creciendo y para la que se plantea el Sistema Alimentario Antropoceno con un patrón dietético sostenible, tanto ambiental como económica y socialmente.
Distinta es la comparación con la carne cultivada. Desde su presentación en 2013 en la Universidad de Maastricht, se han publicado distintos estudios preliminares LCA que avalarían su ventaja ambiental al ahorrar las emisiones procedentes de la ganadería. Sin embargo, estos primeros resultados van teniendo contestación de grupos de investigación que los han revisado.
Señalan que el proceso de fabricación de carne cultivada no está establecido -puesto que es experimental y a expensas de tecnologías que logren superar ciertas dificultades sobre la procedencia de los medios donde se cultivan las células musculares, la contracción de las fibras para conseguir una textura aparente o su gran demanda de energía no renovable- por lo que los LCA son difícilmente comparables si no tienen en cuenta todo su ciclo de vida. Tampoco se considera que de la ganadería se obtienen otros productos, sin sustitutos y que de poder sintetizarse tendrían un impacto ambiental. Por ejemplo, los de aplicación médica como xenotransplantes, coagulantes, vacunas, hormonas o enzimas.
La Universidad de Oxford, con un modelo climático de balance energético, ha publicado que el efecto de las emisiones de la carne artificial- dióxido de carbono con persistencia milenaria en la atmósfera- tienen mayor efecto en el calentamiento a lo largo del tiempo que las de los sistemas ganaderos, puesto que el metano desaparece en diez años.