Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Lo de ser putas

09/09/2021

Tal vez porque soy algo mayor, he tenido el privilegio de vivir un feminismo práctico, reivindicativo, ligado a esa sororidad o solidaridad entre mujeres que muchos y muchas, en este caso hay que ser inclusivo, se han empeñado en fracturar. Hemos leído y escuchado en demasiadas ocasiones que las mujeres entre ellas se aplastan, que son el propio enemigo a batir. Falso: cuando una mujer necesita de ayuda, nadie mejor que otra para ofrecerle su apoyo, su hombro e incluso regalarle silencios lejos de los reproches que siguen a la decisión que una misma intuye equivocada.
Este feminismo que he sentido, que practico y que considero básico para lograr la igualdad en la sociedad, ha dejado paso en estos tiempos a un peligroso adoctrinamiento de las mujeres, que les guía por una senda peligrosa y que sustituye viejos estereotipos machistas por otros radicales y obsoletos. Porque ser feminista va más allá de repetir el mantra ‘yo soy puta’ o inundar de violeta las fachadas, sin ahondar en ese interior que no encuentra un tono adecuado para salir de la oscuridad que impide ver la luz. Es fácil desde estamentos privilegiados moldear a masas vulnerables, pero las mujeres debemos tener voz propia, sin aceptar posturas rígidas, que te condenan a sufrir actitudes autoritarias que, lo peor de todo, vienen de mujeres que se consideran con fuerza moral para dar lecciones a aquellas compañeras que pretenden integrar en su rebaño. Nosotras no estamos llamadas a repetir añejas normas que dicten ninguna cantante, ningún grupo, ninguna presunta activista. Las mujeres debemos reunir conocimientos, cultura, educación para decidir por nosotras mismas qué queremos hacer, en qué ansiamos convertirnos. Si deseamos ser putas o preferimos luchar por abolir la prostitución. Si respetamos creencias, aunque no sean las nuestras, o consideramos que la compañera que no asuma nuestro mensaje, que no renuncie al capitalismo y a la religión católica, a otras creencias no se las toca, está perdida para nuestra causa y mejor es dejarla de lado, que sólo merece la indiferencia.
Llevamos muchos siglos sometidas y me parece un insulto a la inteligencia femenina la imposición de consignas, conductas e incluso estética. Desde esta columna, defiendo los logros del feminismo, los derechos de las mujeres, la necesidad de superar obstáculos que nos han anulado como personas. No estamos obligadas a ser brillantes, pero tenemos todo el derecho a serlo. También a estudiar lo que nos dé la gana, a preferir las Humanidades, aunque tengan menos futuro profesional que una ingeniería. Pero no por eso debemos renunciar a nuestros sueños.
Desde estas líneas clamo contra la violencia de género, me congratula que los padres inmersos en un proceso de abusos o de violencia no puedan visitar a sus hijos mientras dure la causa judicial. Sí, ese hombre puede ser inocente, pero lo que es evidente es que los niños son sagrados y deben ser protegidos ante cualquier alerta acerca de su progenitor. No creo en falsas denuncias porque se ha demostrado que las cifras son irrisorias y sé que una mujer que se presenta ante un juez para dar a conocer su infierno asume un valor que le ha costado años conquistar. Y esa mujer puede ser de cualquier clase social, vestir de Chanel o de mercadillo. Votar a la derecha o a la izquierda. Pensar como quiera. Sin censuras. Y sin verse obligada a repetir mantras, que eso agota.