Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Calle Cristo de la Parra

19/01/2023

Prodigiosa les debe parecer a los visitantes de Toledo la habilidad de los conductores que utilizan la calle Cristo de la Parra como una de las vías para salir de la ciudad. No les falta razón, porque es meritorio y digno de reconocimiento lograr recorrerla, sin tener que plegar los retrovisores para evitar rozar las paredes en las partes más angostas.
Pero no me queda duda de que su asombro es aun mayor, cuando ven a los arriesgados vecinos atravesarla, arrostrando el peligro que supone ir, por la empinada cuesta, esquivando hoyos del empedrado para no romperse un pie, evitando la pared para que no les condecoren las palomas que utilizan el tendido eléctrico como aseladero y en guardia para que no les atropelle un vehículo pilotado por un habilidoso conductor, pero que no está pendiente de los peatones.
Como no es la primera vez, ni la sexta, que me ocurre y eso que apenas paso dos veces a la semana, me he decidido a contar el último sucedido. La calle iluminada por sus faroles y yo, como prudente y avisado peatón, compruebo que no viene ningún coche, puesto que los dos no cabemos en ningún tramo. Nada a la vista. Me decido a subir y a media altura de la calle, súbitamente, un coche frena a mis pies, me enfoca con los faros, baja la ventanilla y me dice que pase por debajo del espejo retrovisor o que me meta entre los escombros de una obra donde no hay ni espacio ni luz.
Atónita, le pido explicaciones con un gesto de hombros. Entonces, abre la puerta y sale su conductor, blandiéndome un dedo inquisitorialmente. Investido de jurisdicción y competencia -creo que por el anillo del meñique y las rayas de su chándal brilloso a lo Martirio- me insta a retirarme de su paso. Esto, pensé, debe ser una reminiscencia de la autotutela de las sociedades primitivas que solucionaban coactivamente los conflictos, imponiendo el más fuerte su solución a la más débil.
Ciertamente, gran parte del encanto de Toledo es el trazado sinuoso y laberíntico de sus estrechas calles y, sin duda, no es tan sencillo diseñar un trazado para la circulación acorde con el signo de los tiempos de movilidad urbana sostenible y de seguridad vial. Pero, a lo mejor, mientras todos asumimos que en las ciudades el protagonista debería ser el vecino y el peatón, no estarían de más unos carteles pedagógicos – igual que los que nos explican cómo lavarnos las manos, aunque se supone que es algo que teníamos aprendido.
Ayudarían a recordarnos que por las calles de Toledo donde no hay aceras ni arcenes también circulan viandantes, que en estos casos hay un límite de velocidad de 20 Km/h que, respetándolo, permite detenerte y no frenar al límite para evitar un atropello, así como que los peatones no están obligados a ceder el paso cuando no disponen de zona peatonal como sucede en la calle Cristo de la Parra.

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