Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Quioscos romanos

26/01/2022

Octogonales. Verdes. Una abigarrada profusión de publicaciones en armónica desarmonía. Revistas, periódicos, postales, calendarios de clérigos o gatos, imanes y llaveros para recuerdo de turistas, tazas con simpáticos dibujos de los monumentos más conocidos. Son una de las estampas más típicas de la Urbe. Desgraciadamente, cada vez menos frecuente en Toledo, donde apenas sobrevive alguno. En Italia les reconocieron su importancia, como dispensadores de información y cultura, durante la pandemia. Al verlos, siento una punzada de envidia, porque un quiosco es signo de civilización, de una sociedad que lee prensa, y que, por tanto, es crítica, no se deja manipular, se preocupa por informarse y saber qué ocurre a su alrededor, en el mundo, qué piensa gente diferente o afín.
La otra mañana pasé junto a uno de ellos, atravesando ese maremágnum de tenderetes, puestos de flores y terrazas llenas de turistas que es Campo dei Fiori. No pude menos que detener mi atención en algunas de las publicaciones expuestas. Dos cómics para niños. Pero no al uso de lo que solemos encontrar entre nosotros. Se trataba de sendos mitos de la antigüedad grecorromana. Y pensé ¡qué diferencia tan abismal con España! Los italianos miman, conservan, se preocupan de conocer y de transmitir a las nuevas generaciones el legado clásico, esa riquísima tradición que está en la base de nuestra cultura. Porque los españoles somos hijos de Roma, de Grecia, de Jerusalén. Y sin embargo, maltratamos nuestras raíces. No sólo la práctica desaparición del latín y del griego de nuestros planes de estudio, que ya es grave y significativa, sino el olvido, cuando no desprecio, de todo ese acervo cultural. Dominados por un complejo ante el mundo anglosajón, proveniente del siglo XIX, ignoramos que cuando el inglés no era más que la lengua de pobres campesinos sometidos al yugo feudal, el castellano, evolucionado y diferenciado del latín, pero nacido del mismo al fin y al cabo, ya en el siglo XIII, con el rey Alfonso X y el extraordinario círculo científico y literario que creó a su alrededor, devenía lengua científica, lengua jurídica que codificaba las leyes del reino, lengua literaria que comenzaba a dar sus primeros pasos.
Esta marginación de nuestra herencia clásica no es, por otro lado, sino una manifestación del desprecio hacia las humanidades, que se concreta en una legislación educativa que está llevando a una verdadera catástrofe a la educación pública española. Leer, y sobre todo leer a los grandes autores del pasado, nos hace libres, nos construye como ciudadanos comprometidos y responsables. No hay mejor educación para la Ciudadanía que las obras de Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Hobbes o Kant; no hay mayor invitación a descubrir la fascinación por el mundo que los grandes literatos que nos ofrecen imaginar múltiples vidas; no se puede tener pensamiento crítico y autónomo sin contrastar con lo que han reflexionado hombres y mujeres del pasado.
Quioscos romanos, custodios de la civilización.