Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El trolley

23/05/2023

Disculpas sinceras antes de nada, sufrido lector. El título de esta columna es un anglicismo que se repetirá a lo largo de la misma. Usted sabrá disculpar la cobardía del responsable de este espacio tipográfico, por no utilizar los castellanos términos 'carretilla' o 'maleta'. Más cercanos, entendibles y próximos a nuestro paisano Cervantes que a lengua de Shakespeare. Entenderá que, a los carpetovetónicos, nos cuesta un potosí exiliarnos del español, aunque sea moda en estos tiempos. El autor de la columna confiesa que no está preparado aún para soltar frases como 'viajas más que el trolley de la Piquer'. Considera que leer o escuchar oraciones como la anterior entrecomillada, pueden producir lesiones irreversibles en el intelecto. Tanto en quien las escribe o pronuncia, como en quien las lee o escucha.
Dicho todo esto, viene ahora explicar el porqué del título de la columna. El avispado lector se habrá fijado en el hecho de que, hoy en día, es muy difícil transitar por una calle de ciudad o pueblo sin tropezar con una nueva variante del género humano, que bien pudiera llamarse trolleyman. Este individuo (individua, o como se quiera llamar porque el autor no se quiere meter jardines), ha sufrido un proceso de reproducción digno de análisis. Tal es así, que el vocablo trolley se escucha con tal frecuencia, que resulta harto difícil eludir su existencia y origen semántico. Dicho de otro modo, nos lo hemos tragado y de ahí su castellanización.
El trolley se ha hecho dueño no solo de las estaciones de tren, autobuses o aeropuertos. Ha salido de su hábitat natural y se ha apoderado de otros aparentemente más hostiles, como bares, tabernas, restaurantes e, incluso, lugares de trabajo. La simbiosis entre el género humano y el trolley es tal, que resulta difícil diferenciar quien transporta a quien. Si el ser bípedo al trolley, o viceversa.  'Era un hombre a un trolley pegado', quizá hubiera dicho Quevedo al contemplar esta evolución del género humano.
En la llegada de trolleyman contribuyen en gran medida los últimos avances tecnológicos. Atrás quedan -como los teléfonos góndola- las imágenes de gentes portando maletas, bolsos, carritos de compra, baúles o riñoneras. El trolley, en sus múltiples variantes de tamaño, composición, material y diseño, ha suplido despóticamente a esas antiguallas diseñadas para el transporte de elementos personales.
Aunque no existe confirmación, se sospecha que algunos usuarios de trolley los portan vacíos. Lo harían, según fuentes consultadas, para presumir de este símbolo externo de modernidad. Sería difícil, por tanto, no recordar aquella cercana época en la que llevar bajo el brazo el radiocasete del coche, era sinónimo de capacidad económica y reconocimiento social. Atributos que, en algunos casos, eran seguro atajo hacia bienes carnales.
A los diseñadores del trolley se eleva una petición. No todas las calles son como las avenidas de las grandes metrópolis. Las hay todavía con irregularidades, desniveles, baches o cantos romanos. El trolley, por esas vías, produce un ruido harto desagradable que daña la normativa en materia de sonido. La incorporación de unas ballestas o amortiguadores, ayudarían a mitigar tan desagradable ruido.
El autor de la columna cede la idea, y confía ser beneficiado con una carretilla o maleta por la patronal del sector, cuando tenga a bien reconocer la iniciativa.