Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Plumas

21/10/2022

Sueño que busco plumas de águilas en lo más alto de edificios donde siempre sopla el viento. Es un paisaje lejano, de granitos, pulido, sin árboles, edificios vacíos como campanarios de ladrillo y acero, como la estructura que Cabrero y Aburto trazaron tres cuartos de siglo atrás para la catedral de Madrid, y que nunca se llegó a levantar. Subo hasta lo más alto y las águilas me observan llegar cansado de tanto subir y subir, águilas imperiales jóvenes, plumaje pajizo y de damero. Luego se lanzan al viento, salen volando como aviones de acero y van dejando un reguero de chispas, plumas suaves, con un verde ligero e imposible en su base, plumas que recojo y, al despertarme, guardo en mi mesilla de noche, junto a los libros que leo de madrugada.
Subo por la cicatriz de hormigón de las escaleras mecánicas de Recaredo, de amanecida. Me acompañan un colirrojo tizón y una curruca capirotada. No hay nadie, como otro sueño, y el mecanismo de las escaleras chirría, y huele al aceite denso de la maquinaria que intenta engrasar también el día, que no roce tanto contra el gris de las nubes y la cuesta abajo de octubre. La curruca y el colirrojo vuelan junto a mí, se acercan hasta tocarme, como si quisieran contarme algo, así hasta que llego arriba y cojo el ejemplar de La Tribuna donde he escrito que subo las escaleras mecánicas de Recaredo, de amanecida, y me acompañan un colirrojo tizón y una curruca capirotada. Subo ligero, ya sin maleta, sólo con un cuaderno y un libro en la mano, como en los tiempos antiguos, Miradas sobre la ciudad, de Manuel de Solà-Morales. Necesito ventanas. Y distancia.
Estudio geografías y relieves: las calizas y dolomías micríticas con sílex y niveles de sepiolita, territorio de piedras blancas y aire limpio. Mañana iré a los ortoconglomerados silíceos con matriz arcilloso-arenosa de mi país, o sea, a las rañas perfectas de La Jara donde me esperan cazando las águilas reales. Aprendo como sube y baja el agua en el interior de la tierra, suspendo exámenes, no me presento, no hago trabajos, sólo busco grullas en el cielo. De madrugada, cuando no hay sueño ni sueños, dibujo un mapa de tres dimensiones, transparente y finito, como una armadura de piel y de estrellas donde más allá no hay nada. Todo queda en el relieve, he aprendido a observar. Y a entender. Entonces me quedo mirando, pensando en galaxias que huyen como lunares, que se aceran a velocidades inconcebibles, como fugas de luz de un cuerpo blanco y suave, como de papel vegetal. Luego, poco a poco me voy durmiendo, y empiezo a pensar que sueño que busco plumas de águilas en lo más alto de edificios donde siempre sopla el viento. Es un paisaje lejano, de granitos, pulido, sin árboles, edificios vacíos como campanarios de ladrillo, de acero, a los que nunca nadie llega. 

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