Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


La central de Saelices

08/10/2021

Dibujo la central de Saelices. Esta tarde el Tajo baja lento y espeso. Si te descuidas las palomas de la techumbre te cagan. Esperan que te detengas, observan como te paras y dibujas despacio una línea, un ladrillo… y se alivian con tanta desgana como saña. En el suelo un palmo de guano, seguro que de la misma textura y calidad del Nitrato de Chile que anunciaban en el cartel de la Puerta de Cuartos. Mido con cuidado. Anoto en milímetros. Analizo las proporciones. Apunto en el cuaderno, lápiz 2B, ya no uso portaminas. Cinta métrica, y la metálica. Láser para las alturas. Trazo los arcos de los frontales y la fachada. Calculo la fábrica de ladrillos, las trampas del incertum. Ha llovido, la hierba de la umbría de otoño cae hasta el río. Los álamos blancos aún no sienten el frío de las noches, y los almeces brillan con marcialidad. Huele a cambronera. Huele a Tajo.
Acabo el croquis. Relleno las cotas. Recuerdo por un momento los trabajos, treinta años atrás, en el Arco de la Estrella en Cáceres. Luego sacaré esos planos de la carpeta donde los guardo, desde la primavera de 1992, y comprobaré que los dos croquis se parecen mucho, quizá más complejo el antiguo. Otro día miraré los de Maestría de los 80. Pablo dibuja la cercha y todos sus detalles. Luego me pasará los dibujos, y cuando los meta en el plano, será lo que mejor quede, lo más definido. Va a ser el último dibujo que haga con el ordenador, decidido. Volver a lo de verdad. A partir de ahora a mano. Cuento ladrillos, defino aparejos y la manera de encajar todo en el plano. Dibujo en el cuaderno el entorno y la ubicación. Dibujo al Tajo. Al fondo, el arroyo de la Degollada ha llenado el cauce del río de piedras bajo el cerro del Bu. Una garza real, de las grandes, va y viene cuando me acerco al borde de la central. Y una garceta. Un gran tronco reposa sobre la azuda. Me siento sobre la barandilla, cierro el cuaderno. Y los ojos. Escucho la corriente del Tajo, como una sinfonía. Los remolinos. El bajar de la corriente. El Tajo traza su partitura de sonidos. El agua habla. Si escuchas sientes cómo cae, cómo gira, cómo se rebela, cómo se repliega. Nunca es monótona, al contrario. Escucho y escucho…
Abro los ojos y la garza ha vuelto. La luz de la tarde es más profunda y cálida. Sólo han sido unos minutos. O quizá una vida. Guardo en el morral los lapiceros y el cuaderno. Paso los dedos por los ladrillos gastados por hielos, nieves, inviernos y las olvidadas crecidas del Tajo. Esta tarde llega espeso. Pronto, sobre él, bajarán las grullas.