Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El silbido

18/04/2023

La idea que responsabiliza a las actuales restricciones en materia de contaminación acústica de escuchar menos silbidos, podría ser verdad. A esa explicación quizá, hubiera que añadir una más pero de otra índole, y relacionada con la involución genética del ser humano motivada por el abuso de las tecnologías. Un proceso degenerativo, en conclusión, que conlleva pérdida de capacidad social de comunicación en términos tradicionales.
Seguro que usted, avispado lector, se habrá dado cuenta de esa triste realidad, con independencia de los motivos que la originan y que, modestamente, quedan reflejados en los párrafos anteriores. Un hecho, el que se va a exponer en las siguientes líneas, que se ha visto acentuado en los últimos años: la gente ya no silba por la calle.
El silbido ha sido un elemento básico en el desarrollo de la comunicación verbal. La capacidad de soltar aire a través de los labios modulando sus perfiles, mientras la lengua cincela el soplo para que su contenido explosione de forma armoniosa en el exterior bucal, es un ejercicio de comunicación que se pierde en la noche de los tiempos. El ser humano le debe al silbido un homenaje universal como pilar y génesis de la comunicación.
Al silbido se le relaciona con la transmisión de felicidad, alegría o de cierta sensibilidad musical. Se silba cuando se está contento, se suele decir. O, incluso, cuando se quiere disimular una realidad incómoda. Y, aunque actualmente esté mal visto y penado, también se ha utilizado como reclamo para llamar la atención de una persona o colectivo por sus atributos externos.
Es un milagro encontrar, hoy en día a gente silbando, como habrá comprobado el lector en su devenir diario. ¿Quiere decir ello que cada vez hay menos gente feliz y contenta?. ¿Qué el ser humano ha perdido su capacidad individual de transmitir música de forma arcaica?. O quizá lo más preocupante: ¿Qué ya no hay nada que disimular y que todo nos gusta?. (En este último apartado se exceptúan los espectáculos taurinos y deportivos donde, de forma antropológica, el ser humano tiende a expresar sus sentimientos más primarios, incluido el autor de la columna).
Por supuesto que usted, intrépido lector, encontrará respuestas a todas estas cuestiones. Desde esta columna, se le invita a recordar cuál fue la última vez que silbó en la calle en público, y por qué. Quizá, de ese modo, encuentre usted mismo contestación a las preguntas formuladas.
Pero no siempre fue así. España ha sido cuna de grandes silbadores. De hecho, es la patria de quien es considerado mejor silbador del mundo. En el orbe musical y artístico se le conoce como Kurt Savoy, pero en realidad se llama Curro Savoy y nació en Jaén.
Desde hace muchos años vive en Francia. En su biografía presume de haber tenido la primera guitarra eléctrica que llegó a España en el siglo pasado, y de ser un virtuoso de tal instrumento. Los más jóvenes lectores quizá no le recuerden, pero el tal Curro es quien puso música a través de sus silbidos, a películas como 'La muerte tenía un precio', o 'El bueno, el feo o el malo'. Un fenómeno, el de Jaén.
Dicen que Curro iniciará pronto una gira por España. Al menos, alguien silbará.