Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Saliendo de la cuevita

17/11/2021

Se dispone la España de infantería a salir a la calle aprovechando el iluminado navideño a punto ya de encenderse. Nos disponemos a salir de esa cuevita, hogareña en el mejor de los casos, en la que llevamos metidos, con intervalos de intensidad, desde aquel toque de queda repentino y tajante con el que inauguramos la primavera de 2020. La vida anda ya más relajada, pero no nos atrevemos a meternos de lleno en los anduarriales más arriesgados, menos ahora en los que la incidencia vuelve a subir y ya hay regiones de nuevo en niveles altos. Una auténtica pesadez. Estamos ya hablando de la sexta ola con la rutina de lo repetitivo.
Sin embargo, hay hambre de bullicio y jarana, de cañas y compras navideñas, de ponerse la bufanda y mezclarse con la tropa en la espuma de la calle. Hay hambre de salir de la cuevita en la que con algunas intermitencias llevamos metidos casi dos años aunque hayamos relajado el clima desde que la vacuna ha salido en nuestro auxilio. Se retoman actividades, uno se pone un abrigo que tenía aparcado en un rincón del armario y se encuentra papeles en el bolsillo de marzo de 2020, que si la invitación a un evento, que si una entrada de teatro, que si un bolígrafo que allí quedó y al que casi se le ha secado la tinta de no usarlo.
Sin embargo, tenemos la sensación de que nada volverá a ser igual. Muchos se han quedado en el camino. Otros tantos han tenido que redefinir sus vidas por motivos económicos, y miles andan tirando, sin demasiada alegría, con algún problema de salud mental. Concepto de moda del que nuestros políticos se comienzan a ocupar. Hay que reconocerle a Iñigo Errejón que fue él el que lo llevó al hemiciclo del Congreso de los Diputados propiciando alguna broma impropia. La salud mental es, al final,   la primera piedra de una buena vida si no queremos vivirla en una cueva prolongada y metafórica llena de tristezas y de telarañas. Por eso hay que pedirles a nuestros políticos atención e inversión. España tiene camino por recorrer pero la pandemia ha provocado que el asunto pase a un primer plano de la agenda política.
Hay datos escalofriantes y terribles como el aumento de los suicidios en más de un doscientos por ciento entre la población más joven y adolescente durante el tiempo de la pandemia; una media de once personas deciden quitarse la vida al día en nuestro país.  El asunto es tan grave que no es posible mirar para otro lado ni despacharlo con la frialdad o la frivolidad que todavía permanece instalada en algunas capas de la sociedad española. Hablar de causas es complejo y es meterse de lleno en un abanico de circunstancias diversas que van desde la precariedad y la exclusión social hasta el otro extremo de una vida opulenta pero sin sentido.
Los psiquiatras y los psicólogos hacen ahora hincapié en el daño transversal y devastador que están haciendo, sobre todo entre los más jóvenes, las redes sociales, auténticas fábricas de vidas ficticias que finalmente conducen al vacío y a la infelicidad radical. Aciertan cuando advierten que la vida no puede ser un concadenado de stories que finalmente conducen a la irrealidad más dañina. La vida tiene que ser vivida en todas sus dimensiones y no hay sustitutivos ni sucedáneos que la puedan solapar ni en lo afectivo ni en lo profesional.
Que se pongan de moda, a raíz de la pandemia del Covid19, las inversiones y las políticas de salud mental será un terreno que hayamos ganado como consecuencia de la desgracia sanitaria que estamos padeciendo y que está teniendo como efecto colateral negativo el aumento de la desesperanza, la angustia,  o la agresividad. Para muchos el ir saliendo de la cuevita hogareña que nos ha cobijado durante los últimos meses puede requerir el esfuerzo de romper con la dinámica a la que nos hemos acostumbrado en los últimos tiempos, ir saliendo con el permiso de los niveles de incidencia de la pandemia y las precauciones imprescindibles, pero con la ilusión de ir retomando una normalidad que necesitamos en nuestra forma de vida. Hay personas, sin embargo, a los que esa cueva se les ha convertido en un espacio inhóspito del que, sin embargo, no logran salir. Es el espacio de los problemas de salud mental que se han multiplicado exponencialmente con el virus. Es en esas cuevas donde hay que entrar y ayudar a sus habitantes con todas las garantías para que retomen toda la alegría de la que un ser humano es capaz.

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