Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


La exageración

13/01/2023

Acabada la Navidad, las rebajas deberían aplicarse a la exageración. Ya no hay que impresionar ni a la suegra ni al cuñado con bravuconadas de todo pelaje. Sabes que no eres el que más sabe del cultivo de la trufa; deberías ser consciente de que vas tan justito en cuestiones económicas que te da solo para comprender que, si gastas más de lo que tienes, el agujero engorda como los tomates de los calcetines de cualquier niño; y si has tenido que postularte con cuestiones sanitarias deberías haber admitido que no te haces un chequeo desde que fuiste recluta, en el caso de que tuvieras que hacer la mili.
A la exageración, derivada de querer aparentar lo que no eres, le suele pasar lo mismo que a la mentira: tiene las patas muy cortas. Con la crisis a cuestas y de forma cíclica, muchos colectivos profesionales nos repiten una y otra vez que trabajan a pérdidas. Y en momentos puntuales -algunos más periódicos de lo recomendable- es así. Lo conveniente sería que contasen también los momentos en los que la cuenta de resultados es lo suficientemente positiva para compensar lo anterior. Eso no ocurre jamás, con lo que las justas reclamaciones se convierten en una amplificación de un determinado problema que termina por no creerse casi nadie. Es una versión moderna del "que viene el lobo". De trabajar sin beneficios e incluso en negativo todos los que nos cuentan que lo hacen, en España llevaríamos ya mucho tiempo sin comer, sin beber y a navajazos entre los pocos que consiguieran resistir.
Conviene por tanto centrar mejor el balón y no hacer una causa general de aquello que no es. La subida de los carburantes, de la luz, de todo lo que tiene que ver con la energía está asfixiando a colectivos muy diversos. A los transportistas, a los agricultores, ganaderos y a los panaderos les ha reventado en la frente. También a esos pequeños empresarios que han visto cómo la factura de sus fábricas se ha multiplicado por dos e incluso por tres. Muchos no han podido soportar la presión y han tenido que cerrar o abandonar sus explotaciones. Pero lo que no es mayoritario no debería servir para plantear un escenario general, como algunos de los afectados -suelen ser representantes a sueldo- quieren hacer creer.
Ocurre lo contrario entre los que nos gobiernan, donde lo exagerado e inverosímil se queda corto comparado con la realidad. Son capaces de descojonarse en tu cara al repasar la lista de violadores y delincuentes sexuales que han salido a la calle antes de tiempo por una ley coladero. Ahí tienes a las responsables del Ministerio de Igualdad que, con un presupuesto de 573 millones de euros, se confirma como una agencia de colocación de una banda sin capacidad ni para dirigir una comunidad de vecinos. Son capaces de derogar el delito de sedición y de abaratar el de malversación mientras te convencen de que lo hacen para facilitarte la vida. Hace cinco años, viendo cómo estaban las calles en Barcelona, el cerco a vehículos de la Guardia Civil y a instituciones del Estado -las repartidas en Cataluña, no las de Brasil-, hubiera sido impensable imaginar que hoy Junqueras, Romeva, Rull, Turull y compañía estarían ya en la calle sin apenas cargos y que el forajido Puigdemont andaría haciendo las maletas para volver a España riéndose en tu cara y en la mía. Nos habrían tildado de locos. Por eso, déjense de hipérboles cuando no toca, que hay otras situaciones que superan cualquier exageración que podamos hacer. Por muy enorme que sea.