“Una cabra confunde su propio reflejo en un coche con otra cabra y empieza a dar cabezazos contra el vehículo”. El Diario de Sevilla ofrecía una noticia importante esta semana. Una noticia incomprendida por algunos lectores, que acusaban al editor de publicar banalidades. No puede ser banal una imagen tan ajustada de nuestro debate público y político, protagonizado a diario por cabras que cargan contra su propio reflejo y destrozan el patrimonio del resto. Los enemigos unas veces son proyecciones de sus miedos, otras veces son imaginarios...
Pero si la metáfora es perfecta es sobre todo porque las cabras se estampan a todas horas contra quienes más se parecen a ellos: nacionalistas contra nacionalistas, fanáticos ideológicos contra fanáticos ideológicos, oportunistas que instrumentalizan el cisco y la polémica contra oportunistas que hacen exactamente lo mismo. Es un círculo virtuoso para ellos y destructivo para lo que les rodea. Las peleas de cabras locas se imponen en la economía de la atención porque son básicamente una actividad circense. Un espectáculo entretenido de observar -supongo- si no se tiene que hacer por obligación ni demasiado a menudo. Un ‘show’ en el que se ven obligados a actuar todos los que tienen algún tipo de ambición política o notoriedad mediática.
En el fondo lo que pasa es que a mí se me acaban las vacaciones y toca regresar al ruedo de los carneros. Después de tres semanas tomando distancia, cuesta todavía más trabajo enfrentarse al espectáculo que hoy se abre paso entre el humo de las bombas de Kabul.