Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


A silent voice

23/04/2021

No es fácil recuperarse de la última declaración de Joe Biden en la cual anuncia que piensa presentarse a la reelección. En cualquier país occidental le habrían aplicado ya la segunda dosis de la vacuna, pero algunos malévolamente disfrutan con sus caídas en las escaleras. Lo relevante es que alguien tan mayor haya llegado a un cargo físicamente exigente. Con la muerte de Marlon Brando en el jardín en El Padrino, uno entiende la fragilidad humana rápidamente. Ser un anciano requiere respeto de las generaciones anteriores, pero solo un ego desmedido explica no saber cuándo irse.

El partido demócrata acudió a Biden por miedo. Sabía que era el antídoto perfecto a Trump, porque el resto eran tan radicales o jóvenes que nadie les apoyaría; por ello, apostaron por una vicepresidenta que engloba todo lo que ellos desean, aunque ven prematuro que los votantes se vean obligados a apoyarla. Kamala Harris aparecerá en algún momento en escena y su agenda es un misterio.

Estados Unidos está en una encrucijada vivida por otras grandes potencias con anterioridad. Como nación, todos los países individualmente le temen, pero cada gesto concreto supone un coste creciente cuyo beneficio empieza a ser cuestionado. El imperio romano, España o Gran Bretaña ya han pasado por ahí al observar con dolor cómo naciones más pequeñas les plantaban cara. Algunos se mortificarán leyendo a Gibbons u otros autores recientes que ven en China el gran enemigo y advierten de no caer en la trampa de Tucídides.

Todos ellos tienen algo de verdad, pero la imagen es más compleja. Hasta la fecha solo Samuel P. Huntington consiguió redactar un ensayo donde reflejó lo que esperaba de su país. Lo extraordinario no es el contenido, sino el momento histórico. Alguien que fue capaz de visualizar hacia dónde se precipitaban.

Es mucho más cómodo aparcar los problemas hasta que se convierten en intratables. Vivimos una época donde lo habitual es decir que se respeta todas las opiniones que atentan contra nuestra identidad, porque esa tolerancia demuestra nuestra superioridad moral. Dicho argumento es utópico y muy peligroso. Los países son fuertes cuando han mantenido una cohesión interna que les ha permitido desplegar su potencial más allá de las fronteras.

Occidente ha conseguido prosperar gracias a unos valores que eran firmemente aceptados por sus conciudadanos. Cuando despreciamos nuestros orígenes para asumir otros, resulta ingenuo no pensar que imitaremos su pobreza y males. Tenemos que amar lo que somos.