Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El agua y Santos

20/07/2021

Ayamonte debe ser un buen sitio para morir. Eso es lo que tiene que pensar el Guadiana antes de confundirse con el Atlántico. En su defunción, el cuarto río de la península presenta una mortaja imponente. Caudaloso, soberbio y salomónico como frontera entre dos países a los que reparte sus aguas benefactoras. Llega a su fin abrazando y separando dos pueblos, como cantara Carlos Cano en su fado o tonadilla, que sólo él lo supo.
Es el Guadiana un río de leyenda. Nadie sabe bien dónde nace, quién lo gobierna y quién puede verlo. El tres veces río es así, muy teatrero, como gran parte de La Mancha en la que abre los ojos. Se deja ver sólo para aquellas miradas que buscan la verdad. Lo que hay bajo la árida y seca tierra.
Resulta extraño contemplar este río en su óbito, y es aconsejable hacerlo. Sobre todo, si se le ha visto nacer, o no, por La Mancha. Si se ha topado, o no, con sus aguas en la estepa manchega. El río por aquellos pagos es fantasmagórico, casi una broma para quien desconoce su juego de prestidigitación fluvial. Pero sobre todo, el río por aquellos pagos, es la vida para los sedientos campos, con su juego subterráneo de ilusionismo acuífero. El río de patos fluye como la vida, con esplendores y sombras.
Como una doncella, sólo se deja ver cuando cumple su mayoría de edad y se viste de largo. De eso sabe bien el puente de Mérida, que lo engalana. Pero hasta que llega a Extremadura, llora embrujado en su encantamiento, escondido en las entrañas de la tierra manchega. Sus lágrimas inundan humedales para que la luna se refleje en ellos, en las agobiantes noches de verano. Y en ese arrancar a la vida, se despereza para dejar sus besos en todas las viñas que acaricia.
Ver nacer, o no nacer al Guadiana, es tan sublime como ver su muerte. Su legado de vida. Muerte y vida. Vida y agua.
Decía un amigo que ‘sin agua, no hay vida’. Santos, ese buen amigo, ya no está entre nosotros y cada vez que veo el Guadiana en su manchega pila bautismal, o en su atlántico sepelio onubense, recuerdo a este empresario toledano. Del fundador de Saleplas, una de las empresas más punteras y llenas de vida de Castilla-La Mancha. Siendo de una tierra tan seca, Santos supo mucho de agua. De cómo arrancársela a la tierra para luego regarla con sabiduría. Quizá supo tanto, porque al agua dedicó su vida.
Santos Gómez-Carreño fue un manchego recio, sabio y buena gente que se marchó en los primeros meses del puto Covid. Como el Guadiana, se fue sereno y tranquilo. Después de servir a su tierra, a la que amaba. Se fue antes de que le tocara irse, pero dejó un caudal de vida en su empresa, más viva que nunca. Gracias al agua -que él veneraba-, y que supo modelar y repartir con sus riegos.
Seguro que a Santos, le hubiera gustado cerrar los Ojos de su Guadiana contemplando la hermosura de una viña bien regada. Y llena de vida. Manrique tenía razón.
Algún día, alguien, debiera reconocer a Santos su labor por su pueblo y por su tierra.