Miguel Ángel Dionisio

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Miguel Ángel Dionisio


Un emir toledano

01/12/2021

Sin duda alguna, es de todos conocido el origen toledano de uno de nuestros grandes monarcas, el rey Alfonso X de Castilla. Pero quizá no se sabe tanto acerca del nacimiento en Toledo de otro soberano no menos importante, el cuarto emir omeya de Córdoba, Abderramán II, de quien el próximo año celebraremos el centenario de su ascensión al trono cordobés, que tuvo lugar el 22 de septiembre del 822. Otra efeméride más en un año rico en ellas.
Hijo de Al-Hakam I, Abderramán (o según otra transcripción, Abd al-Rahman) nació en la antigua capital visigoda, entre octubre y noviembre del 792. Si su padre, tal y como señaló Ibn Hazm, fue un emir sanguinario y despótico, el más terrible de su dinastía, bajo cuyo reinado tuvo lugar la 'Jornada del foso', en Toledo, con el asesinato de la elite de la ciudad, aficionado a la bebida y poco piadoso, nuestro paisano tenía cualidades totalmente opuestas. Musulmán fervoroso, refinado y culto, fomentó las ciencias y las artes, rodeándose de sabios, literatos y poetas, destacando la presencia en su corte del músico Ziryab, al que llevó a Córdoba desde Bagdad. El emir, el más culto de  los Omeyas, convirtió su palacio en una verdadera academia, poniendo de este modo las bases para el desarrollo de la extraordinaria cultura andalusí; logró crear una biblioteca riquísima, trayendo ejemplares desde Oriente. Aficionado a la poesía, tenía gran facilidad para componer versos. Entre sus obras arquitectónicas más destacadas está la ampliación de la mezquita cordobesa, así como un nuevo palacio; creó jardines, trayendo, para regarlos, el agua desde la sierra. A nivel político, organizó el emirato según el modelo que los califas abasíes habían creado, inspirados en la Persia sasánida.
Aunque el rigor de su padre le había legado un reino pacificado, hubo de enfrentarse a numerosas revueltas, como las de la comarca de Todmir (Murcia), los bereberes de Ronda o la de Toledo en el 829; asimismo dirigió continuas campañas contra los cristianos del Norte. Bajo su reinado tuvo lugar también el episodio de los mártires cordobeses, en un momento de profunda crisis espiritual dentro de la comunidad mozárabe, cada vez más presionada por la influencia islámica, y que estalló tras la muerte del presbítero Perfecto, acusado de blasfemar contra Mahoma, lo que desencadenó un total de cuarenta y ocho ejecuciones, entre el 850 y el 859, de cristianos que se presentaban voluntariamente al martirio, culminando con el de Eulogio, verdadero líder espiritual de la comunidad, arzobispo electo de Toledo. El emir no era un fanático y por medio de uno de sus secretarios, un cristiano llamado Gómez, logró, antes de morir el 852, la reunión de un concilio presidido el arzobispo de Sevilla, Recafredo, que, tras aprobar la conducta de los mártires, prohibió que nadie se presentara voluntariamente al martirio.
Por cierto, Abderramán II fundó la ciudad de Murcia, que otro toledano, Alfonso X, reconquistó.