Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


¿Qué hacemos con los padres?

15/07/2021

El genial filósofo toledano José Antonio Marina cita en su libro ‘Aprender a vivir’ un proverbio africano: «Para educar a un niño hace falta la tribu entera». Cuánta razón. El fin del estado de alarma, los éxitos o fracasos en los últimos exámenes, la llegada del calor y el comienzo de las vacaciones parecen haber contribuido a una euforia desatada entre varios grupos de jóvenes que campan a sus anchas por diversos puntos de Toledo haciendo la vida imposible a los vecinos y derrochando todo su potencial ingenio en muestras de un incivismo ilimitado, amén de poner en peligro la frágil protección contra la expansión de la Covid.
Muchos de estos chavales, que acarician o superan por meses la mayoría de edad, se convierten en auténticos energúmenos cuando llega la noche y su diversión consiste en gritar cual posesos, beber más que cosacos y escuchar música a todo volumen, con las puertas abiertas del coche de un colega. Y a ser posible con bafles, que ellos son jóvenes y los vecinos unos viejos amargados. Y se convierten en los putos amos del barrio. Y si llega la policía local, agachan la cabeza, se esconden y vuelven a las andadas cuando los sufridos agentes se dan la vuelta. Y así. Noche tras noche.
Pero, oigan, no se les ocurra reprenderles, que si los padres se enteran te llegarán a acusar de no ser permisivo con la alegría que viven sus cachorros, alegando tal vez que son todos de ‘buena familia’.  Y por ahí no debemos pasar, que vivimos en una democracia y el dinero y el poder del padre o de la madre deben utilizarse, si acaso, como privilegio para dar al chaval descarriado esa educación de la que otros chicos que no disponen de esos medios no pueden beneficiarse.
Por fortuna, estos jóvenes son una minoría, aunque ruidosa, descarada y maleducada, que puede llegar a ser peligrosa en grupo y más si es jaleada mediante la férrea defensa de sus mayores, que les justifican en vez de reconducirles hacia unas actitudes que hagan que su existencia tenga sentido más allá de los excesos que ellos asimilan a diversión. Desde esta columna he defendido y alabado la actitud de uno de los colectivos que, por mera cuestión vital, más ha sufrido el confinamiento. Nos toca ayudarles a superar ese periodo con cariño, sí, pero con firmeza, con prudencia y con responsabilidad.
Que todos hemos sido jóvenes, es indudable. Ahora bien, parece que no a todos nos han inculcado los mismos valores. Afortunadamente, dinero no va unido a educación. Que a tu hijo le consientas, es problema tuyo hasta que se traspasan unos límites que constituyen un atentado contra la convivencia social. Y ahí entramos todos. Y tenemos la obligación de actuar para garantizar al resto de los jóvenes, que son una mayoría insisto, una convivencia sana. Y libre.
Si los padres arropan las conductas incívicas de sus hijos, si arremeten contra quienes les reprenden, si les protegen amparando su vandalismo y justifican sus excesos, tenemos un grave problema social que va más allá de la pandemia. Porque a los chavales aún hay tiempo para meterles en vereda, pero ¿qué hacemos con los padres? De momento, que lean a Marina. A ver si aprenden algo.