Jorge Jaramillo

Mi media Fanega

Jorge Jaramillo


Sin buques ni contenedores

03/05/2021

La crisis económica provocada por la quiebra de Lehman Brothers y -con efecto dominó- del sistema bancario internacional, sacudió a gran parte del planeta aquel 2008, con un parón sin precedentes en las inversiones, en un sin fin de actividades, reventando la abultada burbuja inmobiliaria, y extendiendo el miedo al consumo hasta que el rescate público de la banca logró restaurar la confianza, según se recomponía el orden de las piezas de un puzzle desbaratado por el seísmo financiero.
La recesión era imparable salvo en el sector agroalimentario que creció. Y dio la talla con incrementos generales de facturación, gracias a la exportación de más volumen de mercancías. Hasta ese momento, era notorio que muchas empresas no habían explorado ciertos mercados, y las apreturas precipitaron el salto. Seguramente en tantos casos, la internacionalización de los negocios fue la mejor tabla de salvación para encarar la crisis que se avecinaba al reforzar la presencia en determinadas plazas o aterrizar en las que concentraban verdaderamente la demanda.
Algunos analistas marcan precisamente ahí el punto de inflexión para explicar cómo se catapultaron las exportaciones agroalimentarias que hoy, en plena pandemia, siguen arrojando buenos datos. Hubo que revisar -eso sí- las estrategias internas de muchas pymes y cooperativas y cambiar rutinas y dinámicas con una decidida inversión en logística, almacenamiento, procesos productivos, comerciales, y diversificación. Para vender, también hubo que salir más.
Y en pocos años, algunos sectores como el vitivinícola rompieron con la costumbre, y pasaron de esperar la visita del operador en la puerta del descargadero, a embarcar en largas terminales rumbo a nuevos destinos con una oferta amplia de nuevos maridajes.
Aquella experiencia comercial curtió a muchos gerentes y consejos rectores dándoles horas de vuelo y navegación para surcar ahora el oleaje que la pandemia está provocando en el transporte marítimo con problemas que afloraron desde el principio por la falta de contenedores, de barcos, el cierre de algunos puertos, o la suspensión de rutas que, trece meses después de aquel maldito marzo, siguen marcando el lento ritmo de las entregas de los pedidos.
Las alarmas han saltado en el sector del aceite de oliva y del vino por no poder aprovechar en condiciones el impás o la tregua de cuatro meses -sin los dañinos aranceles de Trump- firmados en marzo por la Unión Europea y la nueva administración norteamericana, tras el cambio de gobierno en la Casa Blanca. Y aunque no ha pasado demasiado tiempo, -se cumplen los primeros 100 días de la llegada de Joe Biden a la Presidencia-  el sector empieza a inquietarse porque el tiempo corre. Por eso, la mejor noticia que podría acontecer -en este caso- sería firmar otro aplazamiento. Y de hecho, la Dirección general de Comercio de la Unión Europea ha convocado para el próximo 18 de mayo una reunión con los sectores afectados para informar de la negociación que podría estar planteando ya una nueva prórroga.
El encallamiento del buque en el canal de Suez ha complicado más el tráfico marítimo, y el nerviosismo por los retrasos crece a medida que nos acercamos al 11 de julio, la fecha en la que expira la paz comercial. La renovación es más que probable, por lo que anunciarla pronto sería políticamente aconsejable.