Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Ese hombre de Lugo

01/04/2021

Lo acabo de leer en un periódico digital: la policía de Lugo ha sancionado a un hombre que iba sin mascarilla y fumando por la calle. Como si tal cosa. El hecho no me hubiera llamado la atención si no fuera porque la denuncia vino de una persona residente en Alicante, que estaba viendo en directo a ese desvergonzado a través de un vídeo en las redes sociales y llamó al 092 para alertar del peligro que corría la ciudad de hermosas murallas romanas a causa de esta conducta incívica. A mí ese afán del alicantino de controlar la vida del gallego me causa estupor. Me asusta, vamos. Ya decía Errejón que la salud mental de los españoles estaba muy castigada a consecuencia de la pandemia. Y qué razón tiene el señor diputado. Las mascarillas se han convertido en cuestión de Estado. De hecho, se ha vuelto a regular su uso en el BOE de este martes. No se admiten despistes ni olvidos.
Que conste que yo llevo mascarilla, faltaría más, como también cumplo las incoherentes medidas a las que nos obligan los 17 gobiernos que mandan en España, aunque en muchas no esté de acuerdo. Y disentir también molesta. Vamos, que digo yo ahora que lo del cierre perimetral no creo que sirva pare frenar la propagación del virus y  me tachan de fascista. O de negacionista. Eso sí, no me explicarán los motivos científicos que implican que yo pueda coger la Covid en Aranjuez pero esté a salvo en Toledo.
Confieso que veo la tele, escucho a los virólogos de cada cadena, ya tienen uno fijo como los hombres o mujeres del tiempo, y no salgo de mi asombro. Un año después, estos buenos señores alertan de otra ola, ya está aquí, y no tienen más solución que encerrarnos. Para eso tampoco es preciso estudiar tantos años, digo yo. La virtud está en normalizar, como han hecho esos 5.000 chavales que se han metido todos juntitos, previo test de antígenos, a escuchar al grupo ‘Love of Lesbian’. Claro, que esos no corrían peligro porque estaban en Barcelona. En Madrid hubiera sido otra cuestión. Y me pregunto si los que acompañan una procesión de Semana Santa, con sus capuchones, tienen más posibilidad de contagiarse que esos 5.000 del concierto. O un grupo de viajeros. O quienes asisten a un campo de fútbol. Si la respuesta es test de antígeno y mascarilla, pues venga. ¿O solo sirve para Barcelona?
Hablando de incoherencias, en Castilla-La Mancha están Page y los suyos, que presentaron un código QR para la hostelería, que parecía el bálsamo de Fierabrás para controlar los contagios y que nunca se llegó a utilizar. Page y los suyos que anunciaron que abrían las residencias porque todos los mayores estaban vacunados y los mantienen encerrados con visitas de apenas dos horas semanales, mientras los trabajadores de esos centros denuncian contratos precarios de extrema temporalidad.
Así nos pilla la Semana Santa, con ganas de superar una tragedia que nos ha robado vidas, ilusiones, esperanzas y nos ha llenado de ciudadanos vigías, inciertos toques de queda y ni una sola explicación científica a tanto desvarío. Dudo de los comités de expertos, si los hay, de los asesores de los gobiernos de turno y temo el futuro que nos aguarda. Rozando la desesperación, les deseo feliz Semana Santa, que este año con el gobierno progresista dura quince días, ya ven, y ante todo no se quiten la mascarilla. Eso nunca.