Enrique Belda

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Enrique Belda


El efecto de la pandemia en las tradiciones

06/04/2021

Hace unos años, a personas relevantes de la colonia española en La Habana, se les ocurrió organizar una cabalgata de reyes magos para un 5 de enero. Contando con algunas ayudas, parece que del entorno de la Embajada o de empresas nuestras, dispusieron que el cortejo lanzase chucherías y regalos de pequeño tamaño al público que se congregara en las calles de la capital cubana. Sin semejante evento desde 1958, la mayor parte de la gente había perdido la sensibilidad de apreciar el intríngulis de la tradición, y se lo tomaron como una afrenta de la antigua colonia a un pueblo con problemas económicos, pero con altas dosis de autoestima y dignidad. La única cuestión de fondo entre lo que podía haber sido un éxito y este tropezón práctico es que desaparecieron costumbres, ritos y usos populares durante el tiempo suficiente para no echarlos de menos. Cuento esta batallita para recordarnos a todos que es el segundo año sin Semana Santa, y va a ser también pronto en cada pueblo el segundo año consecutivo sin patrones, fiestas, fines de curso, etc. Cuando una tradición está arraigada no tiene porqué sufrir menoscabo, e incluso puede salir fortalecida si la conexión con cada persona es intensa y generalizada porque se basa en las creencias existenciales o religiosas (sucedió ya en España con el regreso de los cultos procesionales después de 1939), pero también puede ocurrir que el vacío mediático y social que se percibe estos días a pesar del esfuerzo de los impulsores de recuerdos y usos, cale en las personas en formación que ya andaban algo lejos de secundar eventos que no estuviesen directamente relacionados con el consumo de alcohol. A lo largo de nuestros países y pueblos hay ejemplos de todo, pero la satanización que se está proyectando sobre concentraciones que pueden darse en espacios públicos inmensos donde es más difícil un contagio que en un bar o en un centro de salud, no ayuda mucho a «normalizar» la «nueva normalidad». Tampoco que se iguale la desaparición de todas las partidas destinadas a festejos con aquellas cantidades que servían para dinamizar la sociedad y enraizar la cultura popular ancestral. El restablecimiento de los servicios de hostelería, no se engañen, tiene además del componente de rescate e impulso de la economía y del trabajo, la necesidad de socializar a millones de personas que no pueden seguir en una burbuja familiar o individual por más tiempo. Pues bien, todas las medidas de mantenimiento de la llama de las costumbres y tradiciones, así como la tolerancia con los actos que de estas se deriven cuando pueden cumplir sobradamente con las condiciones de seguridad y salud, son tanto o más provechosas para la gente que el tomarse un vino o un café. La preparación de esos eventos, la ilusión, el desarrollo, y la renovación del pacto no escrito con las generaciones pasadas, forma parte de nuestra civilización y no puede seguir siendo considerado en todos los casos como un estorbo para la disciplina sanitaria.