Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Plinio

07/09/2021

Una de las mejores cosas del verano son las charlas en las terrazas. En ellas se dan conversaciones de todo tipo que, básicamente, se pueden reducir a dos. Las primeras tratan de temas ‘sin peligro’. Dícese las tormentas, que cómo viene la ugüa este año, que si ya estoy o no vacunado, y poco más. A todo esto, dando por hecho que no hay un cuñao por medio.
Las segundas son las de ‘con peligro’, y su número es inabarcable. Que si la política, los indultos, la mesa de negociación bilateral, la subida de la gasofa, el recibo de la luz, la Ayuso, Luis Enrique, la Rociíto, educación pública o concertada, etc. Mejor no pisar esos charcos.
A la lista de las charlas en terraza ‘con peligro’, habría que añadir las lecturas estivales, vista la experiencia acumulada. En esas tertulias veraniegas, suele haber quienes, con orgullo, reconocen que no tienen tiempo para leer. Algo no compartido, lógicamente, pero respetable.
Otros los hay, que dicen pillar libros de su salón. De cuando eran del Reader’s digest. También se da quienes intentan quedar algo mejor, afirmando que «a ver si tengo tiempo para encontrar una librería», que quedan pocas. Su experiencia la rematan con un «¿conoces la librería de Harry Potter en Oporto?». Hay otro grupo, además, que año tras año, sigue con los Pilares de la Tierra.
Por último, hay quien dice que por sus manos han pasado este verano el ‘Madrid’, del traidor Trapiello y ‘Fiesta’, de la paisana Ana Iris Simón. Libros. Y  en lo alto de la cadena alimentaria y literaria, los que dicen que han devorado las obras completas de un tal Mantilla, que va de crítico, y hace honor a su nombre con sus elitistas novelas (aconsejan leer a este Man Tilla, de origen cántabro, en inglés).
Quien firma esta columna -acostumbrado a dar y recibir estopa en esas charlas por pisar charcos-, ha aumentado dioptrías este verano en releer y redescubrir al gran García Pavón. Plinio y don Lotario le tienen a este plumilla enganchado, a pesar de la caña que le cae cuando lo larga en una terraza repleta de ilustraos, levitas intelectuales o aspirantes a iluminatti con gintonic de ensalada en mano. ‘Menudo cateto’ piensan con seguridad cuando escuchan la provocadora e inocente confesión sobre lo que pasaba en un pueblo manchego a principios y mitad del siglo pasado.
El caso es que pensar en el jefe de los municipales de Tomelloso y en su amigo, el albéitar, hace volar la imaginación. Es fácil pensar en ellos y lo que harían en estos tiempos con las noticias de hoy, fumando caldo en el casino de San Fernando y bebiendo cañas bien tirás.
Seguro que los pálpitos de Plinio serían hoy muy provechosos. Sus avriguaciones nos llevarían a desatascar los misterios del comisario Villarejo, a saber ande están los cuartos de la kitchen, los talegos de los eres de Andalucía, de qué vivían Monchito y Rockefeller, lo de la compañía Air Plus Ultra y la ministra Delsy en Barajas, quién mandó las balas a Iglesias and family, porqué entró en España el tío del Polisario, o el número real de fallecidos por el Covid.  Como sabe el lector, grandes casos de nuestro tiempo aún sin resolver.
Y seguro que, al de Tomelloso, no le temblaría el pulso por tener en el cuartelillo a los del procés hasta que cantaran seguidillas manchegas. Mientras llegara ese musical momento, fijo que los llevaba a vendimiar y les invitaba, amablemente, a comprobar lo que es tener los riñones doblaos y al aire, arreándoles el sol. De paso, verían lo ancha, y sin fronteras, que es España.
Plinio, vuelve.