Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Enfermedades

08/01/2023

Somos, qué duda cabe, una sociedad enferma, por más que una minoría procure por todos los medios ser fiel al viejo lema de Mens sana in corpore sano. Entre las herencias genéticas, los malos hábitos y las epidemias, rara es la persona que alcanza el umbral de la jubilación sin ninguna dolencia crónica; de tal modo que el tan cacareado índice del incesante aumento de la esperanza de vida, del que la ciencia médica se siente tan orgullosa, se lleva a cabo a base de ingentes cantidades de fármacos, que te curan una enfermedad a costa de ir destruyendo los órganos sanos (estómago, intestino, etc.). Recuerdo a este respecto una época gloriosa en que en ciudades como Albacete no había más de veinte farmacias. Hoy se han multiplicado por seis y no dan abasto.
Nuestros padres vivieron la durísima prueba de la guerra civil y la posguerra con toda la secuela de dolencias derivadas de la falta de alimentación (comida escasísima y a menudo en pésimas condiciones); nuestra generación, aparte de la ordalía de los años de escasez (que hacía que devoráramos hasta el fruto de los algarrobos), caímos desde muy jóvenes en la adición del tabaco y del alcohol, que se han llevado ya por delante a un buen número de compañeros y compañeras. Queda la de nuestros hijos (la célebre generación mejor formada de nuestra lamentable historia). Una generación que en modo alguno puede hallar refugio en la escasez o en la ignorancia; saben que el tabaco mata (se lo explican asquerosamente dibujado en cada cajetilla); que la bebida acaba destrozando el hígado; y que las drogas te llevan al camposanto en unos años. Y pese a ello, insisten e insisten, haciendo caso omiso de los consejos de padres y médicos y de los dictados y advertencias de su propia conciencia, con el consabido: 'Luego, cuando no esté tan agobiado con los problemas'».
Y si a ese conjunto de lacras le unimos el terrible stress que invariablemente produce el modo de vida de las grandes ciudades, las exigencias en progresión geométrica del 75% de los trabajos, el ruido atroz en medio del cual viven (y que halla su culminación en las incalificables discotecas y salas de baile), y last but no least, el efecto demoledor sobre los ojos de las pantallas de los móviles, ordenadores, tabletas y televisores, podemos hacernos una idea aproximada de lo que espera a nuestros hijos y lo que será el retrato robot de las sucesivas generaciones, víctimas de un modelo de vida 'no apto para cardiacos'.
Imagino que los avispados estudiantes de medicina, a la hora de elegir especialidad, tendrán en cuenta las circunstancias aquí apuntadas y aun otras más sutiles y menos escandalosas, pero igualmente dañinas para la salud de los treintañeros actuales, esos mismos que se miran al espejo y se creen dioses como Messi.
Decía Balzac que cada persona acababa siendo víctima de una pasión dominante, y que sin una pasión es muy difícil vivir. Su caso es paradigmático: en tanto que su abuelo fue casi centenario, y su padre llegó a los noventa; él, víctima de una forma de vida brutal (durante los tres meses consagrados en cuerpo y alma a la redacción de una novela, 'vivía' vestido con un hábito franciscano, alimentándose básicamente de huevos duros y tazas de café, a menudo metido en la bañera, sin saber si era de día o de noche. Y luego, una vez publicada la novela, dilapidando el dinero en placeres de toda índole. Y así, hasta la próxima), moría prácticamente deshecho con poco más de cincuenta. Al menos él destrozó su salud en pro de un proyecto gigantesco –La Comedia humana–, que lamentablemente no pudo rematar, pero esos desdichados  que se machacan a diario la salud por las buenas… Convendría hacer algo. Cambiar la vida, o, al menos, intentarlo, en vez de la consabida obsesión de cambiar el mundo, por lo general, a peor, con todo lo que de ello se deriva.