Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Nuestras certezas

30/12/2021

Atravesamos tiempos difíciles. Llenos de dudas, plagados de incertidumbres. Es habitual en estas fechas mirar hacia atrás con nostalgia o alivio, pero desde hace tiempo existe un factor que se nos escapa y que ha marcado el devenir de nuestra existencia: la pandemia. Araceli, la primera vacunada en una residencia de Guadalajara hace un año, nos llenaba de esperanza y se convertía en el icono del optimismo tras el hondo precipicio en el que se sumió el mundo.
No obstante, parece que el virus se resiste a desaparecer. Tal vez en ello influya un sistema globalizado en el que se reparten millones de dosis de vacunas en países desarrollados, mientras el Tercer Mundo ni siquiera recibe las sobras de los ricos. Esa injusticia social, establecida desde hace décadas, nos ha salido cara. Ni los encierros ni las restricciones sirven para frenar un trágico virus que arrastra a la humanidad hacia un futuro incierto. Y menos aún la peregrina idea de imponer, por decreto, la mascarilla en exteriores. Los gobernantes, en general, no han mostrado su mejor versión durante meses de auténtica desesperación. Los ciudadanos estamos hartos y a veces nos sentimos como conejillos de indias, obedientes y sumisos, dentro de un túnel que castiga con una perversa oscuridad cualquier atisbo de luz.
En estos tiempos en los que todo es posible, que no lógico, parece inadecuado pedir más renuncias. Poco se ha avanzado, más allá de tímidas soluciones, a golpe de ocurrencias, para devolvernos la ansiada tranquilidad. Se relajan restricciones, intentamos correr un tupido velo que nos conduzca al sosiego y, de repente, nos vuelven a calificar de irresponsables, nos acusan de ser los culpables de que el virus campe a sus anchas bajo una u otra denominación. Y no es así: un gran porcentaje de la población se ha inoculado las dosis que las autoridades han decidido con criterios volubles, como esa de que 'si has pasado la covid solo necesitas una dosis' (¿?), y ha dado muestras de una generosidad y una solidaridad infinita con sus conciudadanos para atajar la expansión de esta terrible enfermedad. Mientras, desde lo más alto, no han hecho más que responder con medidas caprichosas y poco fundamentadas, con vanos atentados a las libertades, sin darnos tregua frente una situación que los gobiernos han ido capeando a golpe de efecto. Sin una política clara, sin una ley precisa.
La vida necesita un sentido. Una base. Un pilar. Certezas que nos empujen a seguir adelante, que nos ayuden a levantarnos en nuestras continuas caídas, que nos inciten a celebrar cada rayo de sol que genera el sueño de que lo mejor está por venir. En estos días de Pascua, de Navidad, de fiestas, en definitiva, espero que seamos capaces de aferrarnos a esas certezas, las nuestras, las de cada uno. Porque más allá de las luces, el jolgorio, en estos tiempos algo contenido, las cenas, los regalos y los encuentros añorados, es momento de disfrutar de nuestras ilusiones. No renunciemos nunca a nuestros ideales, aunque sean únicos y rompan moldes, ¡qué carajo, mejor!, no estemos pasivos ante lo que consideramos injusto, ni nos dejemos vencer por la adversidad. Hay tanto por lo que luchar, que la resignación nunca debe encontrar un hueco en nuestras vidas. Os deseo lo mejor para 2022. ¿Qué puede salir mal ante el coraje? Solo con intentarlo, lo habremos conseguido. Salud.