Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Mundial en Catar

23/11/2022

Supongo que para mucha gente, en estos tiempos en los que el 'panem et circenses' es el fútbol, no será más que una de las muchas contradicciones que hay que cabalgar en la relativista cultura contemporánea. Pero a poco que tengamos un mínimo de sensibilidad social no deberíamos permanecer indiferentes ante lo que se está perpetrando, paradójicamente en un ámbito que proclama valores, como el deporte. Sí, me refiero al Mundial de Catar –esta es la forma correcta de su nombre en castellano, no Qatar-, que ha logrado batir muchos récords, y no precisamente deportivos.
Sin entrar en la exactitud de las cifras -probablemente nunca las sepamos-, el que unas 7.000 personas hayan podido morir en unas condiciones de trabajo muy cercanas a la esclavitud deberían haber bastado para que, al menos la sociedad europea, que presume de defender los Derechos Humanos y que en otras cuestiones suele tener la piel muy fina, se hubiera movilizado frente a tal brutalidad. Es cierto que en algunos países, e incluso dentro del mundo del fútbol, se ha cuestionado la participación en el Mundial. Pero las repercusiones prácticas han sido nulas. En cualquier caso, contrasta con el inexplicable ausente debate en España al respecto, como si lo que sucede en aquellos lejanos desiertos no nos atañese. Y puede que esto sea lo cierto, pero en ese caso, extraña que otras causas, tan lejanas o más, e incluso menos sangrantes, causen movilizaciones, al menos en las redes sociales.
Pero es que junto a la explotación laboral que se ha producido para construir las instalaciones que deberían mostrar al mundo la maravillosa imagen de un paraíso arrebatado, a fuerza de petrodólares, al desierto, está la falta de reconocimiento de Derechos Humanos básicos, comenzando por los de las mujeres –se ve que las cataríes más que hermanas son primas lejanas mentirosas- y las minorías étnicas y religiosas, los sindicales o la homofobia legal –siete años de prisión-, ante los cuales se disimula. Ausencia en la práctica, pero también en la teoría, aceptando sin escándalos –hipócritas por otro lado- declaraciones de altas figuras del emirato que, al menos en España, serían constitutivas de delito. Ignoro si los jugadores, al comienzo de cada partido se pondrán de rodillas pidiendo perdón por los muertos, vestirán de negro o se colocarán brazaletes arcoíris, sobreactuaciones que no dejarían de ser más que 'pellizcos de monja', pues lo coherente hubiera sido no participar.
Justificar que la celebración del Mundial en Catar mejorará los Derechos Humanos en aquel país es una falacia. Rusia los albergó en 2018 y 'contra facta non valent argumenta'. Podríamos señalar también los Juegos Olímpicos de Pekín, o los de Berlín en 1936. El intento de blanquear dictaduras a través del deporte es tan viejo como su utilización política desde las Olimpiadas griegas. Y lo seguirá siendo.
Porque la clave de todo ya la dio Quevedo, 'poderoso caballero es don Dinero'.