Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Cuba

14/07/2021

Hace unos años tuve la oportunidad de visitar Cuba, con motivo de unos cursos que impartí, durante tres semanas, en la ciudad de Cienfuegos. Desde entonces, la llevo en mi corazón, enamorado de su belleza, y dolorido por el destino de sus gentes. Quizá algunos de los que me leen hayan también viajado allí, pero si lo han hecho como turistas, no habrán conocido la Cuba real, sino la imagen idílica que una dictadura tiránica quiere ofrecer al mundo. Durante aquellas semanas pude compartir, desde dentro, la auténtica vida de los cubanos, un pueblo alegre, rebosante de ganas de vivir, pero sometido a una falta de libertad inimaginable aquí. He visitado bastantes países y nunca como en Cuba tuve esa sensación de agobio, de tener que medir, tanto en clase como en mis conversaciones, las palabras, pues siempre estaba al acecho algún delator, que, en muchas ocasiones, más que por convicción política, por necesidad, llevaba los mínimos resquicios de crítica al régimen al conocimiento de las autoridades y responsables del Partido.
El paraíso prometido en la tierra no es más que un infierno del que la única esperanza es poder abandonar la isla. Aún recuerdo a aquel viejito que, cuando bajo el calor del mediodía me encontraba yo en las escalinatas de la catedral, tratando de captar algo de un wifi de pésima calidad, se me acercó susurrando, para que nadie le oyera, pidiéndome ‘un pesito’. Los cortes de luz, de agua; el no poder comer carne de vaca (no sería un mal lugar para nuestro ministro Garzón) dado que está prohibido, aunque se pueda conseguir en el mercado negro, que funciona bastante bien, bajo el sugerente nombre de tilapia de potrero; el lenguaje de doble sentido, del que se han hecho unos maestros, para eludir la censura y el espionaje. Las viejas plantaciones de caña, sustituidas por el marabú que crece descontrolado; las antiguas ciudades coloniales sumidas en decrepitud; los niños cuya estatura va disminuyendo; la pobreza que lleva a la prostitución de adolescentes en las calles de La Habana; los viejos y sinceros revolucionarios, que llegan, si no se han corrompido en las estructuras del Partido, a la senectud con la sensación de que su vida ha sido un fracaso. Todo esto y mucho más es el terrible y doloroso panorama cubano, del que he sido testigo, nadie me lo ha contado; personalmente he palpado la pobreza, la decadencia, el sufrimiento de unas gentes merecedoras de mejor destino, mientras el aparato del Partido vive en la opulencia más escandalosa.
Por ello, me emocioné la noche del domingo al oír gritar por toda la isla «¡No tenemos miedo! ¡Libertad!» Ojalá les llegue.
Coda: Pensaba escribir sobre el horrible asesinato de Samuel, pero la inmoral manipulación política e ideológica que, desde diversas y contrapuestas posiciones, se ha hecho del mismo, me han impulsado a guardar un piadoso silencio. Descanse en paz. Si le dejan.