Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El pestiño

28/03/2023

Esta última columna de los idus Martiae, no pretende dar título a la crítica de la última oscarizada película, o a una crónica política de una moción de censura. A pesar de que, en la mayoría de los casos, la calificación de pestiño sería válida y apropiada para describir tales espectáculos.
En esta ocasión, lo que busca esta columna es hacer una loa al pestiño. Uno de los postres más típicos en estos días de Cuaresma y de la cercana Semana Santa, pero que no goza del reconocimiento público que merecen sus bondades gastronómicas, e historia.
El pestiño es una víctima colateral de la torrija. La tiranía con la que la reina nazarena de los postres gobierna en las sobremesas, eclipsa los atributos que adornan al pestiño. La torrija, sin desmerecer los méritos que la convierten en perpetua gobernante del dulce hispano, siempre se lleva los halagos y parabienes de su amplia corte en cualquier mesa. El pestiño, en cambio -y en su papel de Raymond Poulidor-, siempre ejerce de segundón. Y ya se sabe que, de los subcampeones, pocos se acuerdan.
La repostería es, a veces, así de ingrata. Como la política. Sube y mantiene en los altares injustamente a quien se lo merece. O no, porque en ocasiones, en la política y en la mesa hay justicia poética. El pestiño, que peca de sencillez, es uno de los grandes agraviados por un régimen, aparentemente liberal, que le ha denegado sus derechos dinásticos para reinar en el final de los ágapes. (No confundir esta historia con la del general Torrijos).
Los partidarios del pestiño, como lo fueron los de Don Sixto o Don Carlos Hugo, se caracterizan por ser muy activos, fanáticos y defensores a ultranza del lema triádico. Es decir, harina, aceite y miel. La regente torrija isabelina se hizo con muchos adeptos por mantenerse en el trono, mientras que, los tradicionalistas del pestiño, fueron cada día más escasos y perdieron guerra tras guerra. Eso sí, conservan aún ese halo de romanticismo de las causas perdidas en cada papila gustativa, saboreando sus dulces derechos dinásticos.
El pestiño, a pesar de su exilio, se resiste a perder su bandera de la tradición. Quizá, su desgracia se encuentre en el origen de su nombre. Etimológicamente, pestiño viene del latín pistus (molido, triturado o machacado). Decir que algo es un pestiño es hacer referencia a una cuestión aburrida, o que necesita de mucho trabajo y esfuerzo. Y eso, precisamente, es lo que conlleva su elaboración que, como sabe, requiere de mucho tiempo hasta conseguir una masa fina y delicada. Una labor latosa y cansina, que produce hartura en quien lo elabora. No así, en quien lo degusta.
Si usted, lector, tiene ocasión, haga un esfuerzo estos días y haga apostasía de la torrija (aunque solo sea por una vez). También del virreinato de las tartas de queso. Piense en los segundones, en los que no tendrán nunca su lugar merecido en la historia, y vivirán por siempre ensombrecidos por el azúcar de los primeros.
Reflexione sobre la vida y méritos del ciclista citado más arriba. Sobre Robin, Salieri, los 13 de la fama, Zumalacárregui o el mismísimo Sancho Panza. Pero hágalo con un pestiño en la boca. Entenderá mejor su existencia.