Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Queremos

30/04/2021

Un día de mediados los años 80 pasé por la calle Mesones camino del Ambulatorio de la Plaza del Pan. Al volver unas máquinas descuartizaban lo que fue cárcel de la Santa Hermanda Real y Vieja de Talavera. Los sillares a medio caer, el artesonado mudéjar, las tejas… todo era una mezcla informe de lo que fue una de las joyas del patrimonio inmueble, pero sobre todo inmemorial, de Talavera de la Reina. Ahí está ahora el hueco, sin que hayamos sido capaces de recuperar la capilla de Roque Amador. Al poco tiempo, estábamos en clase en Maestría, cuando nos llega la noticia de que estaban talando la isla del Chamelo. Allá nos fuimos a intentar pararlo, en el coche de Vicente Canseco. Las máquinas acababan con los álamos blancos, dejaban arrasada la isla para colocar una plantación de chopos para papel. Imposible pararlo. Recuerdo las risas y las amenazas cuando entramos –pocos–, a la isla. Así sigue, un páramo en el corazón del Tajo de Talavera. Poco después, o antes, recuerdo una conferencia de Alberto Moraleda y César Pacheco. Se construía el edificio de Cabeza del Moro, de Manuel de las Casas, y las excavadoras habían acabado con gran parte del cementerio romano. Después, cuando me dedicaba a la educación ambiental, llevaba a los chavales a las graveras de Palomarejos, al basurero, y a unas piedras de granito que sobresalían entre los cardos y la basura con la que se tapó todo aquello, mucho antes de que se pensara el puente atirantado. Esas piedras era lo que quedaba, explicaba, de la –en teoría– casa de Francisco de Aguirre, una joya del primer Renacimiento castellano. Y les enseñaba fotografías en blanco y negro. Ahora, en su lugar, en la plaza del Salvador, un maravilloso bloque de pisos. Recuerdo el destrozo a conciencia del Soto de Entrambosríos en los primeros 80, el polígono de Cazalegas que se quiso ampliar hasta la mitad del propio cauce del Alberche, y tuve que ir a la Confederación a Madrid a pararlo, a explicar lo que es una crecida de periodo de retorno de simplemente diez años en el Alberche en su desembocadura. He visto matar con ácido la encina de la General, la que contempló el paso de los Reyes Católicos camino de Guadalupe, después de podarla con saña, para dejar espacio a la entrada a una gasolinera. He visto talar los mayores eucaliptos de la entrada de Talavera –donde Miguel Méndez me cuenta que crecía el Alamón –para colocar una rotonda sobre la propia cañada. He visto la muralla abierta en la Ronda del Cañillo, y echar los cimientos encima de un anodino bloque de pisos. Y hace poco, desde el Ayuntamiento con mi compañera Sonsoles cámara en mano, tuvimos que hacer un vídeo para parar la losa de hormigón de medio metro de espesor que querían echar sobre el foro romano de Talavera. Todavía anda el vídeo por Youtube. Y, también, hace cuatro días, me tuve que ir a la Basílica, llamar a la Policía Local y a la Guardia Civil para que no se tiraran los nidos. Uno se recuperó. El otro no. Y tantas y tantas…
Y ahora el jardín vertical de la residencia de mayores Virgen del Prado. El mayor jardín vertical de España ha tenido la mala suerte de crecer en Talavera de la Reina. En Madrid cuidan y es un atractivo turístico de primer orden, además de ejemplo de sostenibilidad, la fachada adyacente al Caixaforum, ésta sí, de diseño. Pero aquí la Junta ha pensado que para qué, que en vez de conservar y restaurar el edificio, tiramos por calle de en medio. Que esto es Talavera. Y es que nos queremos muy poco, como ciudad estamos a merced de intereses nunca de todos o de actuaciones de brocha gorda. Luego no sirve llorar, cuando dejamos que nuestras joyas, lo que nos define, nos imprime carácter y nos podría devolver la esperanza, acaba una y otra vez en el vertedero.