Jesús Fuentes

ÁNGULOS INVERTIDOS

Jesús Fuentes


El vecino de los Martes

30/04/2021

En el complejo y delicado edificio que es un periódico local o nacional, los martes compartía página en La Tribuna con Bienvenido Maquedano.  Un placer. Él, en la pagina frontal  y yo en la misma página, solo que por detrás. Por  la vecindad y  porque, quién escribe, suele tener algo que decir, leía su columna. Unas mejores que otras, como  sucede a  los que  pintan,  esculpen, hacen fotografía o colocan ladrillos. El martes último el vecino se despedía cortésmente. De los lectores, de la subdirectora, del director, del grupo Promecal, la editora que está surfeando las crisis  que  conmueven los cimientos de la comunicación periodística tradicional. De mí mismo. Y se despide por lo abrasivo del momento. Quemado, decepcionado de sus propias capacidades narrativas. No es un caso aislado, es el sentir general de cuantos escriben con el propósito de no hacerlo, como miliciano, desde ninguna  trinchera.
Mi vecino deja el edificio, porque disminuyen los temas que le interesan. El día a día aburre y agota. Por eso la gente prefiere no leer, solo ver; o si lee, elige libros de historia o de evasión banal. En ellos la realidad no es oscura ni mezquina. Es inventada y los hechos más horrorosos terminan pareciendo distintos. Escribir una columna supone escribir sobre la realidad diaria, presentándola como si no fuera tan turbia como es. Se escribe de política para que no se olvide que es una noble dedicación al servicio de los ciudadanos; se escribe  de la sociedad para recordar que debe ser solidaria; se  escribe sobre la pandemia porque necesitamos creer que todo va a ir bien. El lector, cuando termine la lectura,  tiene que experimentar la sensación de que la mierda en la que vive no es tal; que su percepción es equivocada, porque  otros, que además escriben, que no es lo mismo que juntar palabras, la contemplan más compleja. El lector debe sentir sorpresa y felicidad durante el tiempo de la lectura. Escribir es un trabajo de orfebrería  para descubrir a un lector desconocido  una  realidad diferente. Ah, pero nadie dirá nada. Y es por los silencios acumulados cuando se constata que lo que se escribe resulta inútil. A nadie le interesa lo que escribes, parece. Surge, entonces, el vacío personal,  la nausea.  Aunque quien ha publicado 358 columnas y 161.377 palabras solo tiene un problema pasajero, pendiente de superar.  Chao.