Fernando Lussón

COLABORACIÓN

Fernando Lussón

Periodista


Crispación y teología

30/04/2021

La presidenta Isabel Díaz Ayuso comenzó la campaña para las elecciones autonómicas de Madrid con una dicotomía filosófico-política castiza cuando contrapuso el socialismo/comunismo a la libertad que ella representa, con esa idea tan sui generis de lo que es ese concepto aplicado a la identidad madrileña, tomar cañas después del trabajo, no encontrarse con antiguos amantes, priorizar la economía frente a la salud y saltarse los compromisos asumidos por otras comunidades autónomas… La elaboración filosófica de Ayuso sobre la libertad, como se han encargado de subrayar sus adversarios está más cerca de la ley de la selva, del sálvese quien pueda y del neoliberalismo sin complejos que de reconocer que la libertad de unos acaba donde comienzan los derechos de otros y que la libertad absoluta no puede ejercerse olvidando la igualdad de oportunidades y sin que la democracia sea la condición imprescindible para su desarrollo.

Diaz Ayuso ha dado un paso más dentro de su particular filosofía política y ha calificado al candidato de Unidad Podemos, Pablo Iglesias, como la representación del mal absoluto: “Nació del mal para hacer el mal”, porque es el quien fomenta el odio y alienta la violencia. La candidata popular debe desarrollar ese argumento y explicar qué tipo de mal es el que causa su adversario, no va ya a ocurrir que nos encontremos ante la banalización del mal del que advertía Hanna Arendt. O quizá es que Ayuso se haya vuelto existencialista, ella que echa de menos una campaña electoral “más alegre”,  y piense con Jean Paul Sartre que “el infierno son los otros”, entendidos estos por todos los candidatos de los partidos de izquierda que tratan de que no pueda gobernar y desarrollar su programa libertario sin complejos.  

Con estas expresiones, la campaña electoral entra en una etapa de ataques ad hominen que todavía no había aparecido salvo en el caso de la candidata de Vox, también con el mismo sujeto de sus invectivas. Incluso la candidata a revalidar con muchas posibilidades su estancia en la Puerta del Sol, le ha copiado la idea a Rocío Monasterio y si está le espetó un “Lárguese”, más allá de las fronteras nacionales, Ayuso le ha exigido “que se vaya”. Cada vez son más los guiños que realiza al partido de ultraderecha del que todas las encuestas dicen que dependerá para formar gobierno o para legislar.    

La ventaja que lleva Isabel Díaz Ayuso a sus adversarios es tanta que puede permitirse las disquisiciones teológicas que la sitúan por encima del suelo en el que se dirimen los problemas de los ciudadanos, y que sus alusiones a la vida en libertad no vaya más allá de la posibilidad de elección en los servicios públicos y que no diga nada cuando quien tiene todas las papeletas para ser su socio preferente habla de coartarlas cuando se trata de ejercer libertades y derechos que chocan con sus principios religiosos.    

Díaz Ayuso, que no quiere dejar ningún resquicio a la posibilidad de que la izquierda acabe sumando ha introducido n campaña como una derivada más de la crispación y ha terminado por apelar al voto del miedo que causa el mal –Pablo Iglesias-, una caracterización que no puede hacer con Ángel Gabilondo, -soso, serio y formal- ni de Mónica García –mujer, médico y madre-.