Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Totó

20/04/2021

La trenca de paño azul marino en el perchero, junto a la puerta de la clase. La cartera de escay llena a rebosar con los manuales, el diccionario, el catecismo, los cuadernos y el estuche. Saltamontes vivos en una bolsa de pipas y una chapela de Phoskitos, ambos aguardando en el bolsillo el toque del timbre. Los aromas amalgamados de la estufa, los forros, las gomas de borrar; de las peladuras de cedro almacenadas en un sacapuntas que también era bola del mundo; del perfume de Charo, de la loción antipiojos, del chicle de fresa pegado bajo la mesa. Trabajos manuales con lana, pinzas de la ropa y pegamento Imedio para sorprender a madre en su día. Las rodillas rojas de frío y amoratadas de mataduras. Las uñas sucias de tierra, las cutículas levantadas por el raspar del cristal de las canicas.
Acabo de releer la historia del niño Totó y del payaso Panocha, artistas del circo ambulante de Sansón García, y aún no he vuelto al presente. En verdad, no quiero volver. Tantas décadas después de mi primera lectura y aún recordaba las ilustraciones y gran parte del texto de más de doscientas páginas. Fue empezar la primera hoja y la realidad se deshizo y se volvió a montar. Desaparecieron el salón de casa, el tresillo, la pecera, la familia, la astenia de la experiencia; aparecieron la vieja escuela, las puntas rotas de los lápices de colores (el blanco sin estrenar, el verde casi acabado), la inocencia de cuando todo es nuevo.
Totó disfrutaba de la vida de verdad, de cazar grillos, bañarse desnudo en el río o dar volteretas sobre el lomo de su cebra amaestrada, tanto como de la vida de mentira, la que aguarda escondida en los libros. Cuentos, poesía, canciones, todo le servía para dar profundidad al mundo, enriquecerlo y explicarlo. Resulta que la lectura no sólo era útil para saber qué ponía en un cartel, sino que tenía un valor mucho mayor. Había cuentos para reír si se estaba triste, para provocar el miedo al anochecer o el llanto si se tenía necesidad, para recuperarse del catarro, para viajar muy lejos, para ser otra persona o para encerrarse en sí mismo. Y también había un libro con todas las hojas en blanco, un regalo de Panocha, que le abría las puertas de la creación, la posibilidad de construir su propia historia y descubrir el placer de almacenar los momentos vividos para resucitarlos a voluntad, recitando el conjuro de las propias palabras escritas. Con la cartilla primera ‘Amiguitos’ aprendí el sonido de las letras y a unir las sílabas, a casarlas con los dibujos, a leer; pero con el libro de Senda de 2º descubrí la literatura.