Alejandro Bermúdez

Con los pies en el suelo

Alejandro Bermúdez


Si el juez receta y el médico falla…

27/08/2021

Un síntoma más de la falta de fundamento de gran parte de la sociedad actual, incluidas las instancias que deberían llevar el rigor por bandera, lo demuestra la imposición de tratamiento contra el COVID por un juez.
Resulta que un juez de Castellón, con fundamento en sus reales puñetas, ha ordenado que un paciente de Covid sea tratado con ozono. Menos mal que no eligió el de la lejía, recomendado por Trump en una de sus salidas de ‘pata de banco’. Lo increíble es que este tratamiento de ozono no está contemplado en los protocolos del combate contra el famoso virus, según ha puesto de manifiesto el Colegio de Médicos de esa provincia. Obviamente se trata de una atrevida intromisión por parte de la autoridad judicial, en una materia que le queda a años luz.
¿Cómo puede ocurrir semejante tropelía? Pues es muy fácil. Los jueces no son otra cosa que unos miembros más de una sociedad que ha perdido el sentido común. El sentido común, debería ser asignatura obligatoria en el sistema nacional de educación y además con carácter de ‘cerrojo’, de tal forma que quien no la aprobara, se viera incapacitado para desempeñar ninguna profesión que exija al menos tres dedos de frente.
La falta de este sentido común, junto con el merecido descrédito de quienes se dedican a administrar lo público, es decir, lo que se conoce como ‘clase política’, ha hecho que la sociedad se refugie en el poder judicial, como bastión de defensa de los desmanes de muchos dirigentes políticos. Obviamente, la inmensa mayoría de los miembros de la sociedad, para su suerte, jamás han tenido que recurrir a ninguna instancia judicial, por lo que no conocen ni su funcionamiento, ni sus virtudes, ni sus defectos, pero quieren pensar, porque necesitan creer que hay algo serio, que quienes encarnan los órganos judiciales son dechados de sabiduría, templanza y sobre todo sentido común. Efectivamente así son la mayoría, pero el sistema no permite su depuración y los que se cuelan en él sin estos adornos, llegan en él hasta la jubilación, y lo hacen habiendo dejado un rastro de sinrazones y barbaridades santificadas por sus puñeteras togas.
La sociedad española lleva demasiado tiempo enfrascada en disputas de baja política, en esa política que en lugar de resolver problemas los inventa y además fomenta el afloramiento de lo peor de cada persona. Nos dedicamos en juzgar a Francisco de Pizarro o a Don Juan de Austria pero los problemas cotidianos somos incapaces de darlos solución y mucho menos de dotarnos de un sistema judicial que depure y evite los espectáculos cotidianos que vemos, como el de la ozonoterapia por receta judicial.
Lo peor es que la sinrazón invade cualquier actividad, y actualmente es muy difícil encontrar alguna que el Estado no haya sometido a su control. Por otra parte, quienes deberían estar pensando en tener todos estos servicios a punto se dedican exclusivamente a mantener la tensión de la sociedad, para que se siga votando en función de la ideología y no del resultado de la gestión y a todo ello se une la falta de madurez, falta de sentido común e infantilismos de muchos dirigentes. El resultado es que España cada día pierde puestos en el ranking mundial, hasta llegar a la más absoluta irrelevancia.