Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


El Matarraña

01/09/2021

Ha sido mi gran descubrimiento de este verano. Aunque ya pude disfrutar, el pasado año, de la belleza de uno de sus pueblos, Valderrobres, capital administrativa de la comarca, no ha sido hasta este mes de agosto cuando he recorrido con tranquilidad sus parajes, realmente hermosos, y sus maravillosos pueblos, sorprendiéndome por el rico patrimonio artístico que custodian.
Tras pasar por las tierras del Bajo Aragón, con los impresionantes campanarios mudéjares de sus iglesias, auténticas filigranas en ladrillo, y dejando atrás Alcañiz, donde se puede hacer un alto en el antiguo castillo de la Orden de Calatrava, hoy Parador Nacional, y visitar la hermosa colegiata de Santa María la Mayor, cuya mole se divisa en lontananza al aproximarse, nos adentramos en esta preciosa zona, observando ya desde el inicio un cambio en la arquitectura y en los paisajes. Entramos en tierras de la Franja de Aragón, administrativamente pertenecientes a la provincia de Teruel –tan olvidada como bonita-, en las que se conserva una lengua local, dialecto particular del catalán, una muestra más del extraordinario patrimonio lingüístico que conservamos en España, uno de los más ricos de Europa –donde el ‘éxito’ del modelo francés de Estado-Nación decimonónico acabó con muchas de las lenguas existentes-, que ojalá apreciáramos más y dejara de ser utilizado como causa de división y enfrentamiento.
Me sorprendió, junto con la belleza gótica o barroca de sus iglesias, la existencia de una extraordinaria arquitectura civil, plasmada en sus ayuntamientos, de diseño renacentista, inserta en unos conjuntos urbanos de gran interés. A través de portadas ojivales o de medio punto, penetramos en el dédalo de sus callejuelas, algunas exquisitamente ornamentadas con macetas que ofrecen estallidos de color sobre el dorado de la piedra. Valderrobres, ceñida por el río Matarraña y coronada por el castillo-palacio y la iglesia de Santa María la Mayor, que nos regala los juegos de la geometría ojival de su rosetón; La Fresneda, Beceite, Monroyo, Calaceite…todos sorprenden y ninguno defrauda. O la bellísima Cretas, a la que llegué en medio de un atardecer esplendoroso, con la iglesia manierista de la Asunción de Nuestra Señora, en la que se puede admirar una extraordinaria portada y la elegancia de su interior, desnudo tras el desgraciado incendio perpetrado por los revolucionarios durante el furor anticlerical de 1936.
Pero no es sólo el patrimonio artístico. El natural es realmente maravilloso. El Parrizal de Beceite nos regala la oportunidad de contemplar unos parajes muy bellos, a la vez que disfrutar del baño en sus cristalinas aguas. Y para recuperar fuerzas, la deliciosa gastronomía, que tiene en el ternasco uno de sus platos principales. Todo ello hace de la visita a este territorio una experiencia de lo más completa y enriquecedora, tanto para el cuerpo como para el espíritu.
Hay quien habla de la comarca como de la Toscana española. Aunque, como leí el otro día en Twitter, quizá habría que decir el Matarraña italiano.