Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Las Lagunas

13/07/2021


Muchos han sido los que, de monillos, creíamos que el mar eran las Lagunas de Villafranca de los Caballeros. Mirar su horizonte albergaba la esperanza de ver en lontananza los mástiles del Juan Sebastián El Cano, o los helicópteros yankys atacando la playa vietnamita en Apocalypse Now. Desde hace muchas décadas, las lagunas cheleras forman parte del imaginario colectivo de decenas de generaciones de toledanos y manchegos que las consideraron, su particular universo de ocio y parque temático.
Solo el hecho de que el padre dijera ‘el domingo, pá lagunas’, ya era motivo de alegría y fiesta. El neumático de la rueda de tractor como improvisado salvavidas, y la gafas de bucear feriás el último año, eran el mayor tesoro para disfrutar de lo que, por aquel entonces, era una jornada festiva y dominical. Y de paso, hacer familia y gastarse pocos cuartos, que era de lo que se trataba.
Los más pudientes de la época, podían comerse unas ensaladas y unas tajás de conejo encá la Jorja o en Las banderas. Y si ya eras de mucho poderío, incluso disfrutabas como inquilino de una habitación en una pensión ‘tos los meses de la calorina’. Los de más bolsa, llegaron a tener hasta segunda vivienda de ladrillo y cemento orilla las Lagunas. Eso sí, sin paseo marítimo.
Hace décadas, y según se recuerda, hubo hasta ahogaos. Inconscientes que, por no saber no hacer pie, conocieron el fondo de las lagunas y allí se quedaron. Otros, también tuvieron ese trágico final, por no guardar las tres horas de digestión que se gastaba en aquellos tiempos. Eran veranos en los que, además, quedó demostrado la convivencia pacífica y acuática entre hombres y cuadrúpedos. Especialmente con los genéticamente ligados con Platero. De seguir esa tradición, las lagunas serían ahora algo así como una clínica de belleza para animales de compañía. Más fisnas.
Las lagunas también tuvieron un pasado como espacio de estética y sanatorio. Era fácil ver a paseantes ‘embadurnaos’ de barro para curarse de males, como en el mar muerto. Otros iban por la de ‘la réuma o la zática’, que las lagunas tenían bien para todos. Te despistabas, y si te topabas con estos personajes, creías estar en un rodaje de una peli de zombis.
Hubo, incluso, quien pasó allí su luna de miel. No existe crónica científica (pese haberla buscado), que avale los beneficios que para la práctica del sexo, conllevan las aguas villafranqueras, como dicen ocurría con las milagrosas aguas de Solan de Cabras. Pero sí, en cambio, es fácil avrigual casi de forma empírica que muchos toledanos y toledanas, mancheguitos y mancheguitas, fueron concebidas y concebidos al bamboleo de las olas laguneras y el vuelo rasante de las golondrinas.
Todos esos recuerdos, en este verano en el que la lámina de agua brilla como no lo hacía desde hace tiempo, corren el peligro de perderse. Como las lagunas. Porque la amenaza de secarse, no hay que olvidarlo, sigue ahí.  Si eso ocurriera, los que vieron naves ardiendo más allá de la Laguna Grande de Orión, verán como sus lágrimas se perderán en la arena del mar de Aral toledano. Y tendrán que derramarse muchas lágrimas para que el humedal vuelva a llenarse.
Pero quizá, antes de los lloros, aún haya tiempo para no sacar el moquero y limpiarse las mejillas. Confiemos en los cielos y en los despachos. Por ese orden para que, lo de este año, no sea un espejismo. Ni un recuerdo del feisbuk.
Será bueno ver surcar las lagunas al capitán Jack Sparrow el próximo siglo.