Un año refugiándose en Toledo

Jaime Galán
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María y Mila son dos mujeres que tuvieron que abandonar Ucrania cuando estalló la guerra. Un año después, el destino las ha traído a Toledo dónde están encontrando la estabilidad, pese a seguir con preocupación el conflicto

Mila a la izquierda y María a la derecha. - Foto: David Pérez

Hoy se cumple un año del día que las vidas de todos los ciudadanos del mundo cambiaran. Para algunos solo fue un matiz, para otros un oceáno entero de adversidades. Aunque los inicios del conflicto bélico se remonten al año 2014, este viernes 24 de febrero se cumple el primer aniversario de la invasión de Rusia al territorio ucraniano.

En todo este tiempo, los toledanos y ciudadanos de otros lugares del mundo siguieron el conflicto desde la lejanía ayudando, en mayor o menor medida, en lo que pudiesen y viendo como esta guerra les afectaba por cuestiones indirectas, por ejemplo a su bolsillo. Sin embargo, esos cambios no son comparables con los que han tenido que vivir en estos 365 días personas como María o Mila. Mujeres ucranianas que, solas o acompañadas de algunos de sus familiares, tuvieron que abandonar su país contra su voluntad para salvar sus vidas. Por suerte para ellas, encontraron en Toledo algo parecido a un hogar.

La juventud de María quizás haya sido uno de los puntos que ha jugado a su favor para dominar el idioma, ya que puede mantener una conversación altamente fluida en castellano. Algo que a Mila aún le cuesta un poco. Tanto para una como para la otra, el idioma es uno de los principales obstáculos que se están encontrando durante su estancia en España, debido a que les supone un impedimento a la hora de encontrar un empleo.

La historia de estas dos mujeres refugiadas por la guerra presenta similares características, pero diferentes métodos. En el caso de Mila, ella relata que tuvo que asumir muchos riesgos para poder salir de Ucrania. De hecho, en un primer momento no sabía a dónde se dirigiría en caso de huir del país, pero cuando logró hacerlo una llamada inesperada le trajo hasta Toledo.

En los días previos a ese momento, Mila recuerda como pasaban las horas refugiándose en el sótano de su casa «porque los rusos se habían acercado bastante y no tenían reparos en disparar a los vehículos de ciudadanos normales que trataban de huir». El peligro era más que alarmante. Pese a ello, Mila y su marido decidieron arriesgarse para poder sacar a sus hijos de aquella situación. Lo hicieron en su propio coche, y entre los duros momentos de incertidumbre por no conocer el destino al que se dirigirían sonó el teléfono de Mila.

La persona que contactó con ella era un viejo amigo que actualmente reside en España. Concretamente en el municipio toledano de Camarena. Tras un largo camino hasta Toledo, Mila y su familia siguen el conflicto desde la lejanía y la tranquilidad de estar en un entorno seguro. Su marido solo estuvo aquí con ellos los dos primeros meses, porque después tuvo que volver a su país por cuestiones de trabajo. Pese a la hospitalidad de su amigo, Mila y sus hijos han abandonado ya el hogar de Camarena y viven de manera más independiente.

En el caso de María, ella afirma que no entraba en sus planes tener que salir de su país, pese a la invasión rusa, sino que fue su madre la que insistió en esta idea «porque ella así se sentiría segura de que iba a estar viva y de que no me iba a pasar nada», relata. En un primer momento, María se trasladó a Polonia con una de sus hermanas y la pareja de esta, pero pronto les surgió la posibilidad de mudarse a España, dónde les esperaba otra hermana que lleva ya tres años viviendo aquí.

Pese a tener un destino claro donde dirigirse, María y su familia tuvieron dudas sobre la fórmula del traslado, por lo que finalmente se acogieron a un programa de ayuda español diseñado para transportar ucranianos. Esta iniciativa les trajo hasta Madrid en tres días, haciendo paradas nocturnas en Polonia, Alemania y Francia. A su llegada a España, todos los integrantes del programa se hospedaron durante dos días en una iglesia madrileña, para posteriormente trasladarlos por grupos a otras ciudades. A ellos el destino les ubicó en un hotel de Mocejón, aunque su estancia allí no fue muy estable porque «no nos podíamos mover, no teníamos coche ni dinero».

Cuando llegó el verano, María pudo mudarse a Toledo capital, donde se siente más cómoda, pese a seguir teniendo problemas de adaptación. Para ella, las altas temperaturas de la ciudad, así como la comida local, le han provocado problemas de salud, como anemia o dolencias intestinales. Después de convivir con una familia afgana, María se encuentra ahora más feliz porque está buscando piso para compartirlo con una amiga ucraniana que ha conocido en Toledo.

Para Mila, en cambio, la adaptación no está siendo un problema. Dice estar encantada con España, con su cultura y con todo lo que puede encontrar aquí, por lo que lo único que echa de menos es a su familia. A ella no le queda más remedio que contactar con ellos por teléfono, pero tampoco puede hacerlo diariamente porque «en Ucrania fallan mucho las telecomunicaciones», apunta. 

Dependiendo de la profesión de cada hombre, estos van o no a la guerra. Por suerte para ambas, ninguno de sus familiares está combatiendo, aunque creen que «tarde o temprano les puede llegar la llamada del Ejército», lamenta María. El hermano de Mila no está combatiendo pero sí que desempeña labores de voluntariado «suministrando alimentos a personas en puntos calientes».

Ambas refugiadas revelan lo duro que es seguir un conflicto de estas características a kilómetros a distancia y con familiares de por medio. Por ello, se muestran muy agradecidas por la ayuda que están recibiendo de parte de los españoles y del Gobierno. Aprovechan por ello para pedir que aquellos países que estén mirando para otro lado, ayuden en lo que puedan a Ucrania, porque «necesitamos la ayuda de todo el mundo», puntualizan.