Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Vuelve la ruralidad

23/03/2022

Llega de nuevo la protesta de lo rural como una suerte de 'decíamos ayer' que quedó bruscamente suspendido con el confinamiento brutal de hace dos años. Porque en marzo de 2020, justamente antes de decretarse el estado de alarma, de lo que hablábamos con fruición en los informativos  era de  la protesta del mundo del campo, de cuentas imposibles de cuadrar, de una cadena alimentaria desquiciada por los abusos y controlada por acaparadores, de la falta de apoyos políticos  a la agricultura y la ganadería. Ya se convocaron por aquella época protestas, tractoradas y manifestaciones varias, ya los políticos comenzaban a hacer parada obligada en un tractor para hacerse la foto de rigor, algo que jamás  habíamos visto en la actual etapa democrática en la que la agricultura siempre había sido la cenicienta de las carteras ministeriales olvidando que nuestro país tiene lo rural incrustado en su identidad básica más reconocible.
Incluso así fue después de acceder al desarrollo, el éxodo masivo a lo urbano,  el vaciamiento de la España interior, la pérdida vertiginosa de peso del sector primario en la configuración económica en favor del sector servicios,  pero, al tiempo, la especialización de la agricultura y su apuesta por el valor añadido hasta crear, no tanto por el empeño político y sí por la valía de los emprendedores agrarios, una de las industrias agroalimentarias más potentes del mundo. Podemos presumir de que en España tenemos capacidad de producir casi todo, y ahora, con un sector en trance de muerte a pesar del meritorio esfuerzo, es la hora  de ponerlo en valor, un momento culminante. Desde el punto de vista agrario o ganadero somos la envidia de la UE, y, sin embargo, nuestra agricultura y ganadería corre peligro de extinción por la competencia desleal de países ajenos al espacio europeo, por la distorsión de la cadena comercial y unos precios que no llegan en algunos casos a cubrir ni los costes de producción, por el alza escandaloso del precio de combustibles, piensos o fertilizantes. Y eso  tras haber tenido que reducir su dimensión el sector primario por la exigencias de esa misma UE que admira nuestra producción  pero que nos impuso duras condiciones en agricultura, pesca y ganadería para admitir el  ingreso de España en la UE allá por 1986. Mucho más recientemente sobrevino la pandemia, y los mismos agricultores y ganaderos que comenzaban a movilizarse un mes antes se pusieron manos a la obra para garantizar los suministros básicos en un país encerrado en los hogares.  Sin duda fueron ellos, junto con los sanitarios, los trabajadores más esenciales.
Vuelve de nuevo la ruralidad con ganas de  dar la batalla definitiva. En los próximos años lo rural y lo femenino, junto con la digitalización, serán el puntal de los grandes cambios. Lo rural, como el feminismo, tiene sus enfoques y su correspondiente polarización de la que pocas temáticas se libran ya. Está, en un lado, el énfasis en la defensa de la caza y el mundo taurino. De otro,  la apuesta por lo vegetariano y la redefinición del mundo rural, pero en todos los casos se hace referencia a la vuelta a lo rural como la salvación de un país en gran medida despoblado en el que el noventa por ciento de la población se concentra en el treinta por ciento del territorio.  Tenemos un ruralismo de derechas y  otro más progre, y luego todos hablan, al hilo del llamado reto demográfico, de digitalización, conectividad, del papel creciente e imprescindible de la mujer rural, de dotación de servicios sanitarios y educativos en los pueblos, pero nadie en su sano juicio piensa que lo rural puede sobrevivir sin una agricultura, más o menos ecológica, y una ganadería, más o menos extensiva.
Los políticos se han dado cuenta de la enorme potencia del movimiento rural y ya enmarcan sus mensajes con frecuencia, incluso hasta la saturación que provoca lo excesivamente impostado, en un fondo de vacas o subidos en un tractor, pero la ruralidad puede terminar rompiendo algunos esquemas y convertirse en un movimiento que sobrepase los límites de los partidos tradicionales y unos sindicatos que parecen vivir ajenos a toda la movida y sin apenas defender  al obrero del campo, como demasiado anclados en visiones ideológicas. Las soluciones son complicadas, los problemas son estructurales y rebasan en muchos casos el ámbito nacional, pero la fuerza de lo rural comienza a bullir.