El segundo de los encierros de Santa Cruz del Retamar estuvo a punto de acabar de muy mala manera. Los utreros, de la ganadería de Víctor Huertas, resultaron difíciles en el discurrir por las calles, lo que provocó una manada muy fraccionada y que avanzaba prácticamente "al paso".

Ello provocó que los astados se fijasen en todos los estímulos que se producían a su alrededor, y al llegar a la última curva del recorrido, una puerta abierta de un garaje sirvió de reclamo. Afortunadamente el envite contra la misma pudo ser evitado por los dueños del inmueble, quedando el animal fijado con un grupo de personas, habituales de ese punto del encierro, que suelen darse cita a ver las carreras. Cabe destacar que, según testigos presenciales conocedores del encierro, los animales suelen trazar la curva por el interior, por lo que el punto donde se ubican estos aficionados queda fuera del alcance de los novillos. 

No fue en esta ocasión, cuando al reclamo de dicha puerta uno de ellos arremetió contra los asistentes no pudiendo el herido encaramarse a la reja y recibiendo una profunda y amplia cornada en el muslo izquierdo. El herido, vecino del munincipio de unos sesenta años de edad, una vez corneado quedó a merced de la manada en medio de la calle, por lo que la tragedia pudo haber sido peor de no ser por el buen hacer de algunos de los mozos que consiguieron reconducir el resto de los astados cuando enfilaban para ensañarse con el herido en el suelo.

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Afortunadamente y a pesar de las primeras impresiones, la cornada es menos grave de lo que parecía, siendo fundamental el hecho de haber evitado romper vasos principales, de los que quedó a escasos centímetros. El herido fue operado en el quirófano móvil instalado en la plaza.