Feijóo: La penosa herencia recibida

Carlos Dávila
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El gallego tendrá que afrontar tres deudas: una con los votantes 'huidos', otra con el país y una tercera con los simpatizantes rehenes de la guerra en el partido

El nuevo presidente de los populares hereda una formación que la anterior directiva ha dejado «en las raspas». - Foto: Cabalar

Así con sus siglas PHR, como si se tratara de una hormona de las que sin avisar nos deparan disgustos apreciables. Por ejemplo, el cortisol, que a veces llena nuestra sangre de azúcar de los malos. Hace menos de un año, el Partido Popular se preparaba, de la mano y el casticismo imparable de Díaz Ayuso, a arrasar en las elecciones de Madrid. Solo hace un año que sucedió lo previsto y el PP acabó con la oscura vida política de Gabilondo, el innecesario candidato del PSOE, y con la trayectoria pública del leninista que, de tocar los cielos con la mano, según tenía declarado, se bajó a los infiernos de Dante para seguir allí atizando con sus exabruptos de siervo demoníaco pero sin ninguna trascendencia externa. Hace un año, ocurrió todo eso, pero el mismo día, ¡fíjense!, de la victoria de Ayuso comenzó a romperse el PP por la cintura. El entonces secretario general, Teodoro García Egea, un tipo de inmejorable curriculum y de pantagruélica torpeza política, impuso que en la celebración del famoso balcón de Génova compareciera todo quisque, faltaron solamente los ayudantes murcianos del mencionado. Casado tragó con la idea de su alter ego y tuvo la pésima idea de poner en el balance de la victoria al mismo tiempo que a la triunfadora a por ejemplo, a Ana Camins, una funcionaria del partido tan desconocida en el PP, en Madrid y en España, como el dominicano Mariano en el Real Madrid.

A partir de ese momento estallaron las hostilidades. La historia es muy conocida, por lo cual me ahorro su relato, pero quédense con este dato: a los pocos días Casado comunicó a la reelegida por aclamación electoral que una cosa era la Presidencia de la región («Olé, olé, ¡qué bien lo ha hecho!») y otra la del partido porque «compaginar las dos responsabilidades no es ni aconsejable, ni factible». Es el dato de una ruptura tan violenta, poco a poco, como la de cualquier matrimonio que se casa atiborrado de amor y que en poco tiempo no llega, por un pelín, a las manos. La aportación informativa de este cronista a una quiebra ininteligible que fue llevando al PP del primer puesto demoscópico a un segundo acuciado por la presión insoportable de los antiguos peperos de Vox.

 

Refundación

Y hoy mismo el PP pretende refundarse de nuevo, acabar con aquella tragedia suicida que casi le conduce a la irrelevancia, y traerse, contra su propia querencia, a Núñez Feijóo desde  Galicia para, no solo administrar la Penosa Herencia Recibida (PHR), sino para intentar reflotar un partido al borde mismo de perpetuarse en la oposición. La herencia que acepta este fin de semana Alberto encierra al menos tres deudas: la principal, con sus votantes escamados y fugitivos, que han abandonado la gaviota o lo que sea el pájaro azul, para apuntarse al bravismo de Abascal y su tropa de voraces radicales. La siguiente deuda es la más importante: la tiene con el país al que dejó en bragas cuando Mariano Rajoy renunció a defenderse del brutal zurriagazo que le propinó el narcisista patológico Sánchez Castejón. La tercera, no menos importante, la guarda con los electores y simpatizantes a los que ha hecho durante todo este tiempo rehenes de una guerra a primera sangre entre el PP nacional y el de Madrid.

Acumula Feijóo el abono de estas tres deudas, pero es que además afronta desde mañana la recomposición de un partido que en este momento está integrado de teenagers ambiciosos pero carentes de cualquier formalidad política. El dúo Casado-Egea ha dejado la formación en las raspas, alterada en casi todas las regiones por las purgas emprendidas desde de Madrid y aterrorizada ante las próximas elecciones autonómicas y municipales que pueden decidir el futuro político del centro derecha hispano. 

Elecciones andaluzas

No es moco de pavo esa tarea ingente que Feijóo debe afrontar con un equipo revolucionado. En apenas seis meses, le espera su primera cita electoral fuera de su Galicia natal en la que ha conseguido, con enorme templanza y brillantez, nada menos que cuatro victorias absolutas. Un resultado probablemente inigualable. 

Hace medio año los sondeos pronosticaban en Andalucía una victoria irrebatible para el candidato Moreno Bonilla pero, tras el susto de Castilla y León, este éxito puede quedar decolorado a nada que los hermanos separados y mal avenidos de Vox lleven a Andalucía a la briosa Macarena Olona, quizá el valor más importante de este neopartido al que no se sabe cómo llamar porque su titulación de extrema derecha la toma Abascal y sus muchachos como un enorme agravio.

Es de esperar que, por el bien de esta España en ruina de todo tipo, ruina económica, social, moral, territorial y castigada por toda clase de males, Feijóo acierte en sus primeras decisiones, acoja la PHR como un castigo con propósito de enmienda y se apreste a enfrentarse al peor gobernante, al más mentiroso, al más procaz que haya sufrido España desde los tiempos de aquel traidor monumental que atendió por Fernando VII. 

Feijóo encara este porvenir y el suyo propio con dos penosas herencias recibidas: la de su partido, que estamos glosando, y la más trascendente de España, un país sin respeto externo, enfrentado en dos mitades cada día más irreconciliables y teñido por el chantaje permanente de un leninismo que en el resto de Europa estaría -y lo está en realidad- totalmente prohibido. Aznar se topó con un partido anclado en un postfranquismo cómodo para la izquierda, sacó al país de un marasmo económico próximo al cierre por fin de negocio, y luego erró en los últimos momentos de su gobernación. Rajoy volvió a reponernos del la hecatombe de Zapatero y al final tampoco supo atender a esta cuestión crucial: la vida política no es únicamente una lucha y victoria sobre la prima de riesgo es, sobre todo, gobernar en las peores condiciones posibles y hacer soportable e ilusionante para el país una gobernación que no nos acerque, como está haciendo Sánchez, al sumidero de Europa y del mundo. La verdad: ¡qué herencia! La Penosa Herencia Recibida, con siglas de hormona mala.