José María San Román Cutanda

A Vuelapluma

José María San Román Cutanda


Javier Salazar

04/07/2022

Empiezo el mes de junio con grandes alegrías vividas en el mes de junio. Después de dos años de pandemia, la procesión del Corpus ha vuelto a salir a las calles de Toledo, presidida por la presencia del Santísimo en la magnífica Custodia de Arfe y precedida de la algarabía de niños y mayores al paso de la tan querida Tarasca, en cuya factura tuvo tanto que ver mi querido amigo Julio Martín de Vidales. También, conocí la noticia del nombramiento como Canónigo de la Catedral de Sebastián Villalobos, después de cerca de cuatro décadas dedicadas al Colegio de Infantes, en el que estudié siendo él Director. Pero, entre todas, ha habido una que me ha causado una especial sensación, y es volver a ver a Javier Salazar concelebrando en misa en la Catedral después de más de un mes y medio en el que toda la ciudad ha estado atenta de su recuperación tras haber sufrido un difícil padecimiento de salud.

Mis recuerdos sobre este proceso son todos muy rápidos. El dos de abril fue la última vez que lo vi, casando a un matrimonio de amigos míos muy queridos en la iglesia de San Miguel. Aquel día dijo una de las mejores homilías que le he escuchado hasta ahora. Y celebró la boda con gran alegría y con una solemnidad digna de la ceremonia. Pocos días después, hablé con él por una cuestión en la que necesitaba de su intervención. Habíamos quedado para solucionar el asunto, pero ya no pudo ser. Me avisaron de que una ambulancia se lo había llevado desde su casa al hospital. A partir de ahí, solo pude saber de él por unos audios que corrieron por toda la ciudad, en los que todos los que conocemos a Javier pudimos estar al corriente de su estado de salud. Las primeras noticias fueron desoladoras: en los dos audios que yo escuché, la persona que hablaba se rompía de dolor pensando que esta situación iba a llegar al final. Toledo contuvo la respiración. A partir de aquí, empezó lo que yo he llamado 'el fenómeno Javier Salazar': adoraciones eucarísticas, rosarios presenciales y virtuales, publicaciones en Facebook, cadenas de oración… Todo, para pedir por la salud de Javier. Pasó el mes de mayo, y no tuve casi noticias de él, aunque sí sabía que había experimentado una mejoría paulatina que lo alejaba de la situación límite que se barajó al principio de su enfermedad. No obstante, la verdadera emoción llegó para mí por una casualidad. Había llegado tarde de una reunión en Madrid y estaba solo en casa para comer, así que decidí tomar algo rápido cerca de casa. Comiendo, me encontré con una compañera que fue quien me dio la alegría: me enseñó un vídeo de Javier del día de Pentecostés, en el que se dirigía a sus fieles y amigos. Su aspecto era fantástico, y hablaba con una normalidad casi total. Después, vi en prensa que estuvo en la misa del domingo del Corpus.

Si he hablado de esta situación como un 'fenómeno', es porque creo firmemente que lo ha sido. La figura del sacerdote es el puente más visible entre Dios y los hombres, y es en la figura del sacerdote donde se unen los sentimientos religiosos de los fieles que se encuentran a su cargo, pues es él quien debe orientarlos y guiarlos en el camino de su fe. Y, puesto que es por los frutos por los que se conoce a las personas, está claro que la labor de Javier ha dado frutos abundantes. Con su enfermedad, ha logrado algo tan difícil como crear una gran comunidad de oración y cooperación. Y ha demostrado que, en cierto modo, la esperanza tiene cabida en nuestro mundo, tan falto a veces de expectativas en positivo. En pocas ocasiones he visto un ejemplo de unión tan fuerte como el de las muchísimas personas que se han unido en torno al sentimiento por su enfermedad. Incluso, en personas que no siempre estuvieron de acuerdo con él o que no lo conocieron muy de cerca. Pocas cosas son tan importantes en el día a día como saberse tan querido. Y no hay mayor belleza como la de saber que el deber está cumplido. Creo que Javier ha logrado cumplir con su misión, porque el apostolado de amor al prójimo que es característico del sacerdocio –y de la vida del cristiano- se ha hecho realidad en su máximo exponente, aunque haya tenido que ser en una circunstancia como la suya.

Espero y deseo que siga avanzando y mejorando, aunque me consta que su proceso es difícil por otros amigos que han pasado algo muy parecido recientemente. Aunque todavía su cuerpo no funcione como debería, la cartilla de su alma se ha rellenado con el mérito más importante que puede hacer un sacerdote, pues "lo que hicisteis por estos mis hermanos pequeños, por mí lo hicisteis" (Mateo 25, 40). ¡Ánimo, Javier! ¡Puedes con ello!