Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


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06/05/2022

Sobre todas las cosas, brillos de diamantes. Como en Casa Tabordo. Al otro lado del Tajo canta un ruiseñor. Nadie le escucha. Canta emboscado en los olmos de la margen izquierda. El viento suave de la primera tarde agita las ramas del fresno de la orilla. Enfrente los cañaverales. El ruiseñor canta bajo el Summertime de Debby Davis. Separo en mi cabeza los sonidos, y estoy por pedir que me pongan el Lágrimas negras de Bebo Valdés y El Cigala, como veinte años atrás. Hoy el Tajo brilla bajo nubes grandes y altas, muy altas, que pasan como naves galácticas en un paisaje de extravíos, de torretas de la luz que asaetean sin piedad la distancia. Me acostumbré hace tiempo a mirar hacia lo lejano, a comprimir los planos como un teleobjetivo. A leer el humor del día en cada cicatriz de Gredos, en el azul de la Jara, en la luz sin piedad de los mediodías.
Al Tajo le salen brillos y resplandores, como aquella tarde en el puente de Bolarque. ¿Te acuerdas? Es el idioma del río, su forma de hablar, te expliqué. Entorna los ojos y mira de frente. Es su lenguaje… Esta tarde hablaba, bajo la brisa leve. Y me he ido. Para qué contarle de una nueva traición. El río no entiende de tiempos. Nosotros sí. El río es el tiempo. Y me he marchado para contemplar en su momento exacto el vuelo de los primillas sobre las barreras de amapolas blancas como la nieve lejana del Circo de Gredos. Y las avutardas que vuelan pesadas en cuarenta y cinco grados sobre la autovía y el castillo de Barcience. Y esas flores violetas trepando por los vallejos y costanillas. Y esas siembras ya tomadas por ranchos del rojo amapola. Me hubiera gustado que mi amigo Damián hubiera disfrutado esta primavera plena y rotunda, que hubiera contemplado las imperiales sobre nuestras casas, el trasiego de sapos y la culebrera inmóvil sobre la dehesa acechando a las bastardas. Y tantas y tantas cosas.
Escribo ahora en mi casa. Las hormigas navegan sobre la mesa tras un rastro invisible. Canta también el ruiseñor emboscado entre los enebros. Crían las torcaces y las currucas y dejo que la hierba y las flores me lleguen hasta el pecho y la cabeza. La primavera es suya. Quiero que siga lloviendo. Una lluvia infinita y lenta. Y que vuelva el viento y me llene los libros y los cuadernos con el amarillo de las encinas, con los racimos de flores que se enganchan en mi pelo. Pero esta noche no habrá nubes. Dormiré al sereno y escucharé al ruiseñor y a los capachos. Quizá ya estén aquí los alcaravanes. Dejaré que cada sonido de la dehesa grabe su relieve en la noche: las ginetas entrando, el mover lento de las estrellas… Y, sobre todas las cosas, brillos de diamantes.