Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Pelayo, Rigores

02/11/2022

Pelayo, Rigores, era de los pocos en Talavera que bebía Cynar con sifón. Costumbre que acarreó de Murcia, donde había cumplido el servicio militar. No en todos los bares de la ciudad encontraba el espirituoso mejunje. Uno de ellos era la Cafetería Arellano, en la que incluso un pequeño cartel de propaganda en el fondo de la barra lo anunciaba con la fotografía de la botella: «Cynar para los activos. Su aperitivo a base de alcachofa».
- ¿Pero cómo coños puedes embucharte esta mierda, Pelayo? –espetaba con cara de asco Basilio, un camarero seco, encorvado, cejijunto y con el mandil siempre sucio, mientras le servía un buen vaso de Cynar.
Pelayo, Rigores, se encogía de hombros, no decía ni mú y a pequeños sorbos trasegaba el contenido sin importarle los comentarios. Era de pocas palabras, casi de ninguna. Tanto, que cuando se casó y el cura de Santiago le dijo si quería, él afirmó sólo meneando la cabeza.
-Por no hablar no ofende –sentenciaba con deje de disculpa su mujer.
Pelayo, Rigores, trabajó toda la vida de conductor en la CAMPSA, repartiendo con un camión Pegaso Comet carburantes por los surtidores de la comarca. Cuando conducía se ponía muy serio y unas gafas negras como las de Antoñita Peñuela que había comprado en Almacenes Carrión. Siempre despedía un fuerte olor a gasoil, aunque se acabara de bañar concienzudamente y tratara de disimularlo con colonia de limón a granel. Gastó un SIMCA 1000 Especial, de segunda mano, matrícula de Orense, que le compró al panadero de Sotillo de la Adrada, cortinilla y perro de lengua fuera en la luneta trasera incluidos. Todos los sábados por la tarde lo lavaba por dentro y por fuera en la acequia de la huerta del tío Matapulgas y le comprobaba los niveles del aceite con mucho miramiento debajo de una acacia del cordel. Todos los domingos, Pelayo, Rigores, invariablemente, subía con su mujer a misa de doce a Segurilla, hechos ambos un par de ramitos de mar, compraban el pan, bajaban, tomaban el aperitivo en el bar Río-Mar y antes de comer ya le colocaba al coche una funda de lona verde que le hizo a medida del vehículo el pellejero de la Puerta de Cuartos y que no le volvía a quitar hasta el sábado siguiente.