Por las noches, en estado de embriaguez, Max Estrella y don Latino de Hispalis (bohemio, enfermo y sablista) paseaban el Madrid más galdosiano. En ese peculiar dédalo, próximo a la plaza de Santa Ana, repleto de cafés, colmados y tablaos, está el Callejón del Gato, donde antaño sus transeúntes podían verse reflejados en unos espejos deformantes –cóncavo y convexo- puestos allí como reclamo de un negocio ferretero. Ante ellos, estos personajes de Valle-Inclán definieron el sentido trágico de la vida española como una demostración grotesca y esperpéntica de la civilización europea, sistemáticamente deformada al ser vista a través de aquellas lunas que tantas risas producían a quienes en ellas se reflejaba.
Es cierto que en ocasiones estos espejos ayudan a mostrarnos una imagen más atinada de la realidad, sobre todo cuando nos revelan defectos que de 'motu proprio' somos reacios a ver y reconocer. Y también lo es, que algunos aprovechan esa distorsión para intentar confundirnos, perturbando la verdad con aviesas intenciones. Cuantos a ello se afanan, campan a sus anchas en el amplio universo comunicativo del hoy y ya en periodo electoral multiplican su activismo, siendo especialmente prolíficos en las redes sociales, convirtiendo cada uno de sus tuits, posts o stories en un ajuste de cuentas personal, queriéndonos hacer ver lo blanco como negro, lo ancho como estrecho o el haber como el debe.
Quienes como Milagros Tolón, alcaldesa de Toledo, optan a la reelección llevan tiempo presentándonos el resultado de los últimos proyectos ejecutados en estos dificilísimos cuatro años, cuyos plazos de gestión han estado notablemente alterados por la pandemia de la Covid, 'Filomena' o la DANA de 2021, y anticipando iniciativas para un posible próximo mandato. Son acciones legítimas que ahorman la liturgia electoral. El balance de toda acción de gobierno suma aciertos y desaciertos, pudiéndose siempre censurar estos últimos, pero mantener la lupa solamente sobre los segundos es actitud mezquina, agravada, en ocasiones, con el ruin comportamiento de quienes confunden el legítimo derecho a criticar con un reiterado abuso de la descalificación y el insulto faltón, sin darse cuenta de que, en ocasiones, prodigándose con esas 'armas' dialécticas, proyectan hacia los demás sus propias incapacidades e incompetencias.