Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Toledanos en Perú

07/09/2022

Como cantaba el Dúo Dinámico, 'el final del verano llegó', y, tras una pausa que se nos antoja demasiado breve, retomamos la vida cotidiana, que pronto nos arrastrará en su vorágine, de la que apenas nos hemos podido liberar por unas semanas. Un tiempo en el que, sobre todo tras estos dos difíciles años de pandemia, hemos buscado el descanso, la desconexión, el estar sosegadamente con la familia o los amigos, viajar, leer o tener nuevas experiencias.
También, y es algo cada vez más frecuente, quizá hayamos podido dedicar nuestras vacaciones a compartir solidariamente con otras personas. Muchos jóvenes, y no tan jóvenes, aprovechan el verano para colaborar en proyectos de promoción social en el Tercer Mundo, o para vivir una experiencia misionera en Iglesias de África o América. Esto último es lo que hicimos un pequeño grupo que, a través de la Delegación de Misiones de la Archidiócesis de Toledo, hemos pasado parte del verano en los suburbios del sur de Lima, en los pueblos jóvenes que, sobre las arenas del desierto que conforma la costa peruana, han surgido en las últimas décadas, creados por gentes que huían de la pobreza y la violencia, en concreto en Villa El Salvador, distrito limeño nacido en 1971 con la reubicación de pobladores desalojados tras un intento fallido de ocupación de tierras, gracias a la defensa tenaz que de los mismos hizo, frente al gobierno militar del general Alvarado, el obispo auxiliar de Lima Luis Bambarén.
Allí, en aquellos arenales envueltos en la persistente neblina del invierno austral, bajo la fina garúa que moja sin empapar sus tristes tierras oscuras, hemos conocido la extraordinaria labor que están realizando un grupo de sacerdotes toledanos, quienes, junto al anuncio del evangelio entre los más pobres de la sociedad peruana, y unido al mismo, desarrollan un intenso trabajo de promoción humana y social, de manera callada y discreta, sanando los cuerpos y restañando las almas, devolviendo su dignidad a quienes por múltiples circunstancias, en una sociedad aún marcada por la violencia terrorista, por la desestructuración familiar o por las lacerantes desigualdades económicas, han sido heridos en lo más profundo de su ser. Una labor misional iniciada hace unos treinta años que, dando un salto sobre los Andes, se prolonga en las selvas amazónicas de Moyobamba. Una tarea que, junto a los frutos invisibles nacidos en el corazón de tantos hombres y mujeres, ancianos y niños, curados en sus heridas –a veces, he sido testigo, desgarradoras hasta un punto inimaginable- se ha visibilizado en la creación de toda una red de instituciones, religiosas, educativas, sanitarias, que han contribuido a una mejora de la calidad de vida y a la promoción integral de las personas de toda índole que a ellas acuden.
Aunque ni lo piden ni lo necesitan, creo obligado nuestro reconocimiento agradecido a aquellos toledanos por quienes el nombre de Toledo, en Perú, es conocido y querido.

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