Ilia Galán

LA OTRA MIRADA

Ilia Galán

Poeta y filósofo


¿Estamos venados?

24/07/2022

Amanecían mis ruedas fulgurantes, con una sensata velocidad entre los valles umbrosos, pero el sol ya se había levantado, esplendoroso, ardiente. De pronto, una curva y, detrás de un seto en la cuneta, un cérvido arrojóseme y cruzó al instante; el susto no me impidió tragarme otro, más grande, que saltó sobre mi viaje... El ojo derecho de mi coche recibió el impacto de esa raza cornamentada. La dirección moviose, terremoto en el rumbo, y paré más adelante. Destrozos costosos, pero podía seguir mi viaje a la Corte aunque algo torpe y con roces ruidosos en el maltrecho parachoques. Di la vuelta y no hallé el cuerpo... Me apenó pues, si hubiese muerto, al menos, no sufriría. Pérfido cérvido huyó malherido tal vez por donde fuera venido. Siempre fui amigo de la naturaleza y los animales, propicio al ecologismo y milité en algunas asociaciones internacionales, militante.

Tres opciones la razón me ofrece; al parecer, de ella carecen nuestros gobernantes -pues algunos la caza prohibir quieren-, sin embargo, rodeados de una plaga de asesores que hemos de pagar todos con nuestros impuestos, a veces simples amigotes sin criterios ni dotes, necios a colocar como sabios, a los que tampoco escuchar pretenden. Tal vez haya alguna solución que no entra en esta redacción y no haya pensado yo, pero de lo que no hay duda es de que las bestias necesitan regularse en la naturaleza y si hay muchas invaden las calzadas y las cazaremos con los automóviles. Solución primera que sale cara y puede provocar alguna muerte, la del conductor y sus acompañantes, y la del lindo bichito. 

Los costes humanos y de mecánicos que producen estos accidentes tal vez nos lleven a otra opción: que la naturaleza se regule a sí misma, pero entonces morirían igualmente, aunque a manos o, mejor, a boca de los depredadores que, para jabalíes, ciervos y corzos solo puede ser en nuestro país lobo y oso. 

Si hay más lobos se mantendría controlada la proliferación de herbívoros, pero también se comerían a nuestras ovejas, cabras y terneros, lo que no suele gustar a nuestros pastores y causa desazones... Sin contar con el miedo que en las aldeas pueden provocar estos grandes depredadores cuando hambrientos y en invierno hallen a un niño pequeño o a un anciano decrépito cerca de sus fauces. 

Al final el problema no se resuelve, porque podríamos atropellar lobos y ciervos, entre otros animalitos lastimeros. La última solución, la que algunos ecologistas rechazan, es en realidad natural y es que el gran depredador, el hombre, salga a cazar ordenadamente, con sensatez, los excedentes que tantos accidentes producen. Dar caza al cornudo tal vez fuera aplaudido por alguna asociación feminista de ungulados, ante la prepotencia altisonante de sus machos, belicosa e infamante, pues cada macho victorioso se lleva un harén consigo.

ARCHIVADO EN: Naturaleza