Jorge Jaramillo

Mi media Fanega

Jorge Jaramillo


Clamor, silencios y orgullo

02/05/2022

La Comisión Europea se resiste de momento a retocar la ambición verde de la próxima PAC mientras no dejan de resonar argumentos en contra para reforzar la soberanía alimentaria, amenazada por la guerra de Vladimir Putin y de aquellos que bailan a su son, o callan ante el asedio.
El Copa-Cogeca, órgano que representa a todas las organizaciones agrarias europeas y a las cooperativas, no deja de repetir que la estructura productiva no puede asumir el reto de alimentar a una población creciente en las condiciones que se avecinan, agravadas por una desbocada crisis económica, energética y de abastecimiento de materias primas que dispara el riesgo de hambruna en países africanos o del entorno del Mar Negro que compraban a estos dos graneros.
Pese a ello, las reservas de cereal están medidas y garantizadas como apuntan las previsiones del Consejo Internacional del Cereales (CIC) que adivina mercancía suficiente para atender la demanda animal y humana si la meteorología no empeora la suerte de las próximas cosechas.
 Y a ello se agarra como clavo ardiendo el ideólogo del Pacto Verde, el vicepresidente Frans Timmermans, que reniega de estas críticas y sacude estopa en sus redes sociales, en su perfil de twitter, calificando de cínicos a aquellos que quieren asustar a la población.
La petición de revisar objetivos de la 'Estrategia de la Granja a la Mesa' como reducir el 20% de abonos químicos en el horizonte 2030, o del 50% de fitosanitarios para combatir plagas o enfermedades, no tiene respuesta, y los meses pasan a gran velocidad, de tal manera que si arrancamos 2023 sin un 'replanteamiento' de la política de sanidad vegetal, «las herramientas del agricultor se agotarán», como han verbalizado también estos días desde la asociación europea de industrias fitosanitarias, CropLife, (debate promovido por la agencia EFE).
Timmermans da la vuelta a la tortilla y reconoce que la subida de los fertilizantes es imparable a corto plazo, razón por la que le resulta más oportuno incluso desarrollar la agricultura de precisión, o aminorar esa dependencia de los compuestos químicos.
De momento, el Ministerio de Agricultura (MAPA) ha corregido algunos aspectos que pidió la Comisión a primeros de abril sobre el plan estratégico de aplicación de la nueva PAC, y mantiene en su respuesta -enviada esta misma semana- que «entiende que el conjunto de la arquitectura ambiental propuesta supone un cambio positivo muy significativo en los diferentes ámbitos observados por la Comisión, como el uso del agua para el riego, la lucha contra la erosión y la desertificación, la reducción de emisiones de efecto invernadero y el incremento de capacidad de absorción de los sumideros o la preservación y el fomento de la biodiversidad y de la Red Natura 2000».
Recuerda el MAPA que «los compromisos ambientales se reflejan en la dedicación del 43 % del presupuesto de las ayudas directas a medidas relacionadas con el seguimiento climático y que los ecorregímenes van a suponer más de 1.100 millones de euros anuales».
Pero el campo sigue advirtiendo que la ruta trazada se ha vuelto equivocada en algunas pretensiones como seguir suprimiendo sustancias para combatir plagas y enfermedades. Los ajeros de la región y de nuestro país, por ejemplo, que en poco más de cuatro semanas empezarán a cortar el palote y a sacar los primeros spring de suelo, coinciden con sus colegas franceses e italianos en que se van quedando sin  soluciones fitosanitarias para garantizar las producciones. Y apuntan de hecho las limitaciones que ya tienen para combatir malas hierbas de hoja ancha, o la pérdida de productos fúngicos como el 'tebuconazol' anotado ya en la lista de los que quedarán fuera de registro y autorización.
¿Cómo encarar por tanto la ambición alimentaria con tantos frentes abiertos ante el clamor, los silencios y posiblemente el orgullo de algunos mandatarios de Europa?