Editorial

El error -y la injusticia- de arrogar al PSOE la rendición de ETA

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La tensión inherente al debate parlamentario lleva años adquiriendo un tono que supera los márgenes de la buena política, pero existen sesiones en las que se antoja difícil suavizar el verbo. La de ayer es un buen ejemplo. El catalizador, la capitulación del Ejecutivo ante Bildu, devenido en uno de los socios clave de la legislatura para Pedro Sánchez, para sacar a la Guardia Civil de Navarra -que tiene allí sus competencias limitadas a la vigilancia del tráfico- a cambio del anunciado respaldo de los abertzales a los presupuestos generales del Estado.

De la tribuna emergió la figura del siempre combativo exdiputado de la UPN Carlos García Adanero, que exaltó la indigna condición de Bildu como formación que aglutina la simpatía social de la organización criminal y terrorista ETA, firmante de la esquela de más de 200 guardias civiles. Extendía así Adanero la bajeza de los radicales vascos al propio Ejecutivo, defendido en el cruce de invectivas por el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, convertido en la navaja suiza del presidente desde que Sánchez se desprendió de Iván Redondo, Carmen Calvo y José Luis Ábalos. 

Tiene Bolaños una particular tendencia a las afirmaciones categóricas que resulta ciertamente disruptiva con sus habilidades. Ayer volvió a demostrarlo cuando primero dijo, como de pasada, que la rendición de ETA fue un trabajo de todos los demócratas para, inmediatamente después, arrogar al PSOE esa victoria, que concretó en las personas de José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba -que sentía un público rechazo por el actual presidente- y Patxi López, otrora lehendakari y rival de Sánchez por el liderazgo socialista particularmente cáustico -entonces, al menos- sobre la concepción del país de su restaurado líder. Un error en el que los socialistas han caído en reiteradas ocasiones tratando de patrimonializar el oceánico dolor causado por la organización criminal y terrorista.

El PSOE no es un partido de temporada. Es una fuerza política de primera magnitud sin la que no se entendería la actual democracia española. Arrogarse una victoria que no fue sino fruto de décadas de lucha contra la hidra terrorista y que sería impensable sin la perseverancia de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, independientemente de quién los mandara, es una pésima inversión, además de una falacia. ETA buscó un final lo menos humillante posible a su infame historial y eligió el momento político más propicio para entregar las armas, sin que eso reste mérito alguno a quienes supieron mantener firme el pulso para que la operación se cerrara con éxito, algo que jamás habría ocurrido con unas miras tan cortas como las de Bolaños.