Miguel Ángel Dionisio

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Miguel Ángel Dionisio


Van Gogh en Roma

18/01/2023

Pocos artistas han sido tan menospreciados en vida y alcanzado la gloria tras la muerte como Vincent van Gogh. Su nombre es hoy sinónimo de prestigio y atracción para cualquier museo que conserve alguna obra suya. Y si se trata de una exposición, el éxito está asegurado. Estos días, en Roma, se puede disfrutar de una extraordinaria muestra, en el Palazzo Bonaparte –el lugar donde pasó sus últimos años María Letizia Ramolino, la madre de Napoleón, acogida en la Urbe por el papa Pío VII-, formada por una selección de cincuenta obras provenientes del Museo Kröller-Müller, una de las instituciones culturales más importantes y dinámicas de los Países Bajos.
La exposición está guiada por un hilo conductor cronológico que narra los diferentes periodos que vivió el pintor a la par que presenta los lugares donde residió, desde su Holanda natal, la estancia en París, la etapa en Arles, hasta Saint-Remy y Auvers-Sur-Oise, donde puso fin a su atormentada existencia.
Como suele suceder en Italia, el marco expositivo está fantásticamente montado: música de ambiente, luz tenue, paneles explicativos, culminando con una experiencia sensorial sorprendente, creada mediante una sala de espejos en la que se induce, a través de proyección de imágenes y audición musical, a una inmersión cuasi física en algunas de las pinturas más famosas del pintor.
Pero más allá de esto, la exposición me ha descubierto una faceta de van Gogh desconocida. Todos estamos acostumbrados a sus obras llenas de luz y de color, de gruesa y pastosa pincelada. Pero la primera etapa del artista es totalmente diferente,  recogiendo tipos populares del campo holandés, paisajes oscuros, trabajos humildes o labores cotidianas, todo ello transido de una honda religiosidad; denotando un amor por la realidad que se nutre de elementos de carácter espiritual. Domina una atmósfera cargada de melancolía. Mujeres que en la nieve llevan sacos de carbón, leñadores, cabañas aisladas en el campo o solitarias torres de iglesias, un tejedor con un viejo telar manual, los campesinos plantando patatas, retratos de mujeres, la gente pobre del campo comiendo patatas, mujeres recogiendo trigo…y el desgarrador retrato de un anciano lleno de sufrimiento. Colores oscuros que para nada preludian el estallido de color de su obra posterior. Realmente me ha resultado impactante este encuentro con un van Gogh inesperado y desconcertante, pero portentoso.
El resto de la muestra nos presenta al pintor que descubre el impresionismo en París y el color en el sur de Francia, mientras vive su drama interior que le conducirá al suicido, evocado por el cuadro que cierra el recorrido, el retrato de otro viejo desesperado, subtitulado elocuentemente «a las puertas de la eternidad».
Van Gogh es un artista profundamente humano. Su mundo interior se verbaliza en las cartas dirigidas a su hermano Theo, que nos ofrecen la clave de su obra pictórica. Una buena lectura, que nos habla de la desgarrada humanidad de un genio verdaderamente asombroso.