Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


No habéis inventado nada

24/11/2022

Desde hace tiempo, estamos traspasando los límites de la ética, de la decencia, de la dignidad y de los principios. Desde que la sociedad se dividió, a juicio de unos cuantos, en progresista y fascista, así de rotundo, no hemos levantado cabeza. Y quienes adoptan esta insufrible terminología, que habrán acabado sus estudios, si es que lo tienen, hace poco tiempo, seguro que ni siquiera aciertan a comprender qué es el fascismo, aunque yo no estoy para darles clases. Tampoco para tolerarles insultos, descalificaciones e incluso amenazas a quienes no aceptan que el progresismo no lo han inventado ellos. Ni siquiera tiene que ver con las ideas y actitudes totalitarias que exponen.
A ver, queridos progresistas del siglo XXI: nosotros, los que fuimos jóvenes en los ochenta, vivimos una época en la que superamos todas las trabas heredadas del franquismo. A nadie se le preguntaba su orientación sexual ni su filiación política, éramos más libres de lo que nos sentimos cuarenta años después, y, los que estudiamos Periodismo en ese Madrid de la Movida, hacíamos bandera de la libertad de expresión, sin censuras políticas ni económicas. No estábamos esperando subvenciones públicas, las mujeres no éramos seres gestantes ni existía ninguna norma que limitase nuestros derechos a favor de otras diversidades de terminología tan ininteligible como falsa. Nosotras teníamos la regla, las mujeres claro, y no nos tomábamos bajas, salvo cuando era inevitable. Paríamos hijos. Y eran, y son, sagrados. A las que criamos a nuestros niños en los noventa nadie nos habría impuesto hormonarles en función de unas sensaciones no certificadas ni por psicólogos ni por otros especialistas médicos.
Quedaba mucho por hacer, cierto. Gracias a la lucha feminista fuimos ganando espacios, ocupando puestos para los que estábamos preparadas y conciliando, a la vez que educábamos a nuestros hijos en igualdad. Y esos niños conocían la historia de España, los ríos de España y las reglas ortográficas del castellano. Si no, repetían curso. Y santas pascuas. Estos chavales, los nuestros, respetaban las normas. Y, en caso contrario, sabían que contarían con el consiguiente castigo. No hemos criado hijos consentidos, sino ciudadanos responsables.
Y así llegamos al 25 de noviembre, a esa fecha en la que nos acordamos de que las mujeres, sí las mujeres, siguen siendo asesinadas por el hecho de serlo. Hay que mencionar que Castilla-La Mancha fue pionera en una ley contra la violencia machista, que después sirvió de ejemplo para el gobierno de España. Ya ve, ministra Montero, usted no ha inventado nada. Durante su mandato al frente de Igualdad solo ha favorecido a las señoras de su entorno, mientras el resto casi perdemos la categoría de mujer. Qué barbaridad. También ha elaborado una ley que ha beneficiado a despreciables delincuentes sexuales, mientras hace gala de una soberbia infinita y muestra nula empatía hacia las víctimas. No vale usted ni para ministra ni para psicóloga, su titulación.
Es evidente que el 25N no es una fiesta para vestir de morado y bailar al son de batucadas. Es una jornada para reivindicar, con más fuerza si cabe, protección a las víctimas, para demandar juzgados específicos contra esta lacra y una adecuada formación para quienes intervienen en la cadena que se pone en marcha cuando una mujer denuncia a su verdugo. Educación en las aulas, que no doctrina. Más allá de colorines, marchas y minutos de silencio, la lucha continúa. Cada día.